Foto: Idania Díaz

Desde la planta baja se escuchaba el murmullo. Los vecinos le preguntaban y él se detenía a explicarles con lujo de detalles y darle las gracias por la preocupación. Solo cuando llegó al cuarto piso y la compañera -donde estaba de visita- lo interrogó. Intenté entender qué sucedía, pero no lograba descifrar de qué se trataba y él todo calmado, pero secándose el sudor dijo:

“Llevo cuatro horas en esto… Salí a comprar el pan e ir al banco, luego pensé: al banco hay que ir presentable; por lo que no fui a lo del pan y con el calor que hace, ¡imagínate, yo en el correo tratando de comprar un sello que podía ser de cualquier precio! Lo importante no es que fuera solo un sello, porque el correo no tiene conexión de internet con la OFICODA (Oficina de Registro de Consumidores), de la zona 6 del Reparto Alamar.

“De ahí tuve que regresar y me dieron un papel que tendrá 15 días de vigencia, pues se supone que encontraré un sello. Imaginen que trajín ese: ir por toda La Habana buscando un sello. No es fácil”.

Yo pensando: ¿Hasta cuándo estaremos pasando trabajo por la falta de digitalización de los servicios?, porque él busca un sello y yo (días atrás) necesitaba una receta para un medicamento y estaban agotadas las que le había dado la doctora para ese día. Por supuesto, mi caso es diferente; aunque molesta igual si tenemos en cuenta que las enfermedades no se dan por cuota normada.

No tengo idea de lo que hace el responsable de buscar el papel o documento que necesitaba el vecino; pero él no tiene la solución de aplicar un servicio digital si no cuenta con lo imprescindible: conexión en el correo. Así sucede con la venta de Moneda Libremente Convertible (MLC); por ejemplo para quienes (como yo) no disponemos de un teléfono “inteligente” y sí necesito adquirir los MLC.

En medio de mis reflexiones en silencio, alguien grita: ¡Robert, aquí está tu librera de abastecimiento! la encontré al lado del colector de la basura. Y recuerdo una escena de la película Se permuta, y es, entonces, que todos gritamos de alegría por lo engorroso de un trámite que encontraba la respuesta en un grito (no el famoso cuadro de Edvard Munch) y así Robert solo atinó a decir: ¡Me va a dar un soponcio…! y no era para menos. Pero, entre nosotros, mis lectores de esta página. Nadie le dijo bota el documento que te permite ir a la bodega durante 15 días…

Ver además:

Lo más difícil es el primer paso, pero hay que darlo