Foto: Francisco Blanco

No podría decir si  eran hermanos, amigos o simplemente noviecitos como solemos decir cuando la pareja en muy joven. Caminaban contentos, reían, chocaban las manos. Me divertía verlos porque me hicieron regresar a esa lejana edad.

Pero…, en un momento ella le pasó la mano por la cara y a mi modo de ver no era tan suave. Ahí  les dije, perdón, pero cuidado con los juegos de manos porque un día si alguno de los dos no está para el paso entonces todo se torna diferente y pueden disgustarse, así que es mejor no hacer ese tipo de bromas.

Para mi sorpresa el joven me miró y le dijo sonriendo a su compañera. Ten cuidado porque ella puede sacarnos en el Tribuna de La Habana.

Asombrada, ella me miró y exclamó: “¿Usted es periodista?”. Atrapada en plena calle sólo atiné a afirmar y el muchacho le dijo: “¿Pero tú no lees el periódico?”

Confieso haber permanecido atónita ante mi equivocación…, pensaba que los jóvenes si leían la prensa era sólo por los deportes. Así  le comenté al muchacho quien sonriendo, ni sentirse ofendido, respondió que su papá los compraba y él siempre los leía.

Llegamos a una bifurcación del camino y ellos tomaron su rumbo, mientras seguían en su diversión. Cuando dijeron adiós recordé mis años de infancia y el hábito de hojear el periódico en casa. Mi padre nunca me reprochó que lo tomara aunque yo no sabía leer. Con aquella voz devenida en tierno aliento advertía: “Cuando termines dóblalo bien”. ¡Qué lecciones da la vida!