Foto: Francisco Blanco


Su mirada y la manera de sentarse eran iguales que cuando joven. Tal vez un poco más gruesa. No había dudas, era ella. Estaba al final de un ómnibus de la ruta P14. Parecía cansada. Descubrió la insistencia de mi vista, pero no hubo en su rostro signo de identificación, por lo que bajé el torso y le susurré algo al oído que inmediatamente le iluminó la cara y comenzó a decir nombres. Negué con la cabeza y quedó como buscando algo en la memoria.

Recordaba su forma de entrar al aula, la sonrisa que todos los días prodigaba a cada uno, fuera el más inteligente o el más lerdo. No tenía distinción. Nunca supimos si tuvo algún problema antes de estar con el grupo, si en su casa sabían que repartía conocimientos y cariño, conversaba, estaba al corriente de los dolores y éxitos de cada uno.

Como no lograba identificarme sonreí y le dije, “no me hagas eso, por favor, tu puedes lograr más”, máxima que ella reiteraba cada vez que, por mortificarla, le comentaba: “profe con el aprobado me conformo”. No hubo escapatoria, enseguida dijo el preuniversitario donde había sido profesora de matemáticas y preguntó qué hacía. Al responderle, supe que la hacía feliz.

Mercedes, para todos la profe Mercedes, nunca faltó a clases ni a una movilización al campo fuera el tiempo que fuera, estaba sentada en un ómnibus de la ruta P14 descubierta por una antigua alumna quien sólo le dijo al oído la mágica palabra, PROFE y en un segundo le cambió el rostro.