Puedes verlos en las paradas de los ómnibus, en los centros  comerciales. Entran donde menos lo sospechas, primero temerosos, luego caminan con mayor seguridad. Tal parece que tienen un “estudio” de comportamiento. Miran al piso y cuando te enfrentan puedes leer en sus ojos la falta de cariño y alimentos. Son perros callejeros, aunque todos no pertenecen a la misma estirpe.

Algunos tienen dueños que los dejan, como se dice, mataperrear un poco; esos están limpios, alimentados y suelen andar a veces en grupos, otros se aferran a un tramo de las aceras o fachadas de los apartamentos en bajos y, guardianes seguros de esa zona, lo obligan a usted a caminar por la calle. Los hay que no te dejan subir las escaleras porque sencillamente no te conocen, y por supuesto, los hay insoportables que ladran por cualquier cosa.

Me pregunto qué hacer con esos que caminan cabizbajos, la piel colgando de los huesos, en busca de comida, mirada triste… Nadie los quiere -aunque a veces almas buenas los recogen.

Deseo encuentren amparo. Que la indiferencia no nos atrape. Si usted tiene medios recoja a uno; pero, a la vez, sugiero a quienes no tengan condiciones no hacerlo para luego abandonarlos a su suerte.

El cuidado y el tiempo los hará cambiar. No se arrepentirá, cuando usted esté llegando a casa levantará las orejas, moverá la cola, caminará impaciente, olfateará la puerta y cuando  abra le dará la mejor de las bienvenidas.