Fue un lunes, y también 19 de septiembre, pero de 1960. Nuestro Comandante en Jefe Fidel al frente de la delegación de Cuba ante la ONU, abandona el hotel Shelburne debido a la falta de garantías para su seguridad, y se instalan en el Hotel Theresa, en el barrio negro de Harlem. Esta es la historia…

Serían pasadas las 11:00 a.m del domingo 18 de septiembre, que nuestro comandante en jefe parte con destino a Nueva York, en un Britannia de Cubana de Aviación. Sobre las 14:30 el avión aterriza en el aeropuerto de Idlewild (ahora John F. Kennedy). Aquella delegación estaba integrada por Raúl Roa, el Comandante Ramiro Valdés, Celia Sánchez, Emilio Aragonés, Juan Escalona y Antonio Núñez Jiménez. Dos días más tarde se incorporaría el Comandante Juan Almeida.

Foto: Tomada de Cubaperiodistas

A su llegada, gran número personas se habían reunido para ver a Fidel, entre ellos muchos cubanos. También lo esperaban una larga caravana de carros y patrulleros de la policía. Más de 500 policías, un número indeterminado de agentes secretos del Departamento de Estado y de agentes de la policía local. Aunque
en realidad la escolta no era necesaria, pues millares de simpatizantes y miembros del Comité Pro Trato Justo para Cuba aguardaban por Fidel y, en caravana de automóviles, lo siguieron hasta el hotel. Ellos eran los verdaderos guardianes de nuestro Comandante en jefe.

A la salida del aeropuerto, llegando a la autopista, un grupo de fidelistas saludaba, agitando banderitas de Cuba. El Comandante extendió el brazo fuera de la ventanilla del auto (la imagen del auto con su brazo fuera) y un genízaro de la policía neoyorkina intentó impedírselo: Fidel, en gesto airado, le apartó la mano.

El Gobierno yanki con el pretexto de la seguridad de Fidel, había adoptado un conjunto de medidas para aislarlo y limitar su contacto directo con el pueblo norteamericano. Entre esas disposiciones se encontraba su confinamiento a los límites de la isla de Manhattan y una férrea custodia policial. Sin embargo, las regulaciones no pudieron impedir que en el último piso del Empire State, flotara una gigantesca tela, colocada por algún simpatizante de la Revolución Cubana, que decía: “Bienvenido, Fidel”.

Desde muy temprano, los alrededores del Hotel donde se alojaría nuestra delegación, habían sido tomados por fuertes contingentes de la policía metropolitana, quienes mantuvieron a raya a los miles de simpatizantes de la Revolución Cubana que esperaban la llegada de Fidel para darle la bienvenida, causando varios incidentes desagradables por su brusca actuación.

Foto: Tomada de Cubaperiodistas

Estos hechos se agudizaron cuando las autoridades norteamericanas le notificaron a la tripulación de la nave que condujo a Fidel, que si no salían “de la pista del aeropuerto antes de las 12 de la noche de ese día, el avión será incautado”. Ante tantas agresiones, el notable periodista y escritor norteamericano Carleton
Beals dirigió un telegrama a Fidel que decía: “Bienvenido. Estoy avergonzado de la falta de cortesía de mi pueblo, tan generoso en oro para los lacayos, pero tan pobre en generosidad del alma”.

Tremendo fue el impacto del discurso de Fidel en la ONU. No sólo nadie se había dirigido a la Asamblea por espacio de tiempo tan largo, sin que la atención decayera ni se produjeran deserciones en el auditorio; sino que ningún jefe de Estado o Gobierno había hecho semejante proceso político al imperio, desnudando su entraña depredadora y voraz, su intervención grosera en la vida y los asuntos internos de un pueblo soberano e independiente.

Fidel y Malcom X en el hotel Theresa, Nueva York. Foto: Tomada de Cubaperiodistas
Discurso de Fidel en la ONU, el lunes 26 de septiembre de 1960. Foto: Cubaminrex

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