En la edición dominical impresa del 21 de septiembre, publicamos en la página tres el artículo: “Con hotel o sin hotel, tendrán que oír a Fidel” como preámbulo de la histórica intervención del Fidel en la ONU, un 26 de septiembre. De acuerdo con el interés de nuestros lectores, ofrecemos detalles de aquel acontecimiento

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Un día después del arribo de Fidel a Manhattan la tensión crecía en los alrededores del hotel en el cual debía alojarse junto con los miembros de la delegación cubana. El gerente temeroso pidió hablar con Fidel quien le indica a Raúl Roa que hable con él. El tipo, de mediana estatura, corpulento, de bigotico y entradas, estaba más que exaltado, apendejado balbucea: “Mr. Roa, estoy muy preocupado por los picketes; es posible que haya violencia, que tiren piedras, que dañen nuestra propiedad. Diga al Primer Ministro que necesitamos un depósito de 20 000 dólares por si algo sucede”. Roa al instante le expresó que aquello era totalmente irregular e inaceptable.

El gerente mantuvo su demanda que –al conocer-la Fidel–, exclamó indignado: ¡Son unos bandidos! ¡La ONU no debería estar en una ciudad donde no se respeta a las delegaciones que vienen a sus reuniones, donde no puede uno alojarse sin que traten de extorsionarlo! Dile a ese individuo que no aceptamos su exigencia, que es un bandido. ¡Díselo: ¡un bandido! ¡Y que nos vamos del hotel!”

En su habitación, Fidel daba grandes zancadas de un lado a otro. Ordenó al capitán Antonio Núñez Jiménez salir  a comprar tiendas de campaña. Ya que no se podía vivir en el hotel, se acamparía en el jardín de las Naciones Unidas si fuera necesario.

Entonces Roa le refiere lo del Hotel Theresa. El Comandante en Jefe no le prestó mucha atención cuando, interrumpiendo su vigoroso paseo, le informó que se podía conseguir un hotel. Fue la segunda vez, al escuchar que estaba situado en Harlem, que se detuvo. “¿En el Harlem negro?”, preguntó Fidel. Al recibir respuesta afirmativa indagó nuevamente: ¿Estás seguro de poder obtenerlo? “Si, sin dudas”, le respondieron.

En la misión diplomática soviética en compañía de Nikita Jruschov (al centro). Foto: Archivo

Cuando se hizo público que Fidel asistiría a la Asamblea General, Malcolm X le propuso, a través de Bob Taber, que se alojara en el Hotel Theresa, en el ghetto negro de Harlem. Fidel y Bisbé se dirigieron, con todos los demás y las tiendas de campaña, por si acaso, a ver al Secretario General de las Naciones Unidas. Por indicación de Fidel, Roa se dirige al Hotel Theresa para localizar a Malcolm X, por medio de Taber. En breve tiempo, se encontraban dispuestos dos pisos, a la par que comunicaban, que estarían encantados de recibir a la delegación cubana, y sería más que bienvenida.

Como por arte de magia, comenzaron a llover las llamadas teléfonicas al despacho de Malcolm X con ofertas de hoteles para la delegación cubana. Los servicios especiales yanquis no son tan deficientes. Mientras, el representante de la ONU, intentaba convencer al Comandante en jefe, de que era más apropiado trasladarse a uno de los buenos hoteles del Centro. Fidel que ya había sido informado que los esperaban en el barrio negro, le responde que ya tenían uno, el Theresa, y que irían a Harlem, con los humildes, los negros y latinos discriminados, nuestros hermanos.

Cuando Fidel y sus acompañantes llegaron al Hotel Theresa, grupos de afronorteamericanos y latinos ya se agolpaban en los alrededores. Una cerrada ovación y gritos de ¡Viva Cuba! les saludaron, apenas el comandante en jefe bajó del automóvil. Sonriente, contento, Fidel devolvió el saludo con la mano. La policía y los agentes de seguridad habían levantado barreras que impedían a la multitud acercarse. Al entrar al vestíbulo, Fidel abrazó a Taber y estrechó la mano del gerente negro.

Nuestra delegación ocupaba dos pisos: Fidel, Almeida, Celia, Roa, Núñez Jiménez y otros compañeros se instalaron en el de arriba. Desde una ventana, el Comandante en Jefe se asoma para saludar nuevamente a los amigos de Cuba, la gente de Harlem. 

Súbitamente, aquella instalación más bien pobre se convirtió en noticia de primera plana. Hasta allí se trasladaron varios jefes de gobiernos para saludar a Fidel. Allí acudiría, para espanto de la seguridad yanqui e inquietud de la soviética, el primer ministro de la entonces URSS, Nikita S. Jruschov por ejemplo. O el jefe del gobierno indio, Pandit Nehru y su ministro de Defensa, Krishna Menonita a quienes Fidel les agradeció su visita; apenado, y les dijo que no debían haberse molestado en ir hasta el hotel, a lo que el Jefe del gobierno Indio respondió, con voz baja y grave: "Quería tener el honor de estrecharle la mano a un héroe”.

Todas las tardes, al regresar de la ONU, el Comandante en Jefe re reunía en su cuarto con Roa y el capitán Núñez Jiménez, quienes eran los encargados de recoger las ideas sobre su próximo discurso, sintéticamente, en tarjetas de archivo, que luego se pasaban a máquina: una tarjeta , una idea. Al final, alrededor de cuatrocientas tarjetas constituyeron la única referencia escrita, usada por Fidel en su magistral intervención ante la ONU, aquel lunes 26 de septiembre a las 14:40 hrs, y que mantuvo en vilo a centenares de delegados, invitados y miembros de la Secretaría, de pie en los pasillos, por más de cuatro horas.

Tremendo fue el impacto del discurso. No sólo nadie se había dirigido a la Asamblea por espacio de tiempo tan largo, sin que la atención decayera ni se produjeran deserciones en el auditorio; sino que ningún jefe de Estado o Gobierno había hecho semejante proceso político al imperio, desnudando su entraña depredadora y voraz, su intervención grosera en la vida y los asuntos internos de un pueblo soberano e independiente.

Numerosos fueron los dirigentes que se acercaron al escaño de Cuba para estrechar la mano de Fidel al concluir. Entre los primeros, Nikita S. Jruschov. Nasser, N’Krumah, Nehru, Sukarno, fueron portadores del abrazo solidario de los países afroasiáticos. También los socialistas y algunos representantes de nuestra América: Manuel Tello y Luis Padilla Nervo, del fraterno México; de Bolivia, Marcial Tamayo, y algunos otros más.

Fidel saluda a los neuyorquinos que acudieron a conocerlo y saludarlo Foto: Archivo

Y ENTRE TANTA TENSIÓN Y AGRESIONES UNA ANÉCDOTA GRACIOSA:

Resulta que la delegación soviética convidó a la nuestra a una cena amistosa y fraternal, en la sede de su Misión ante la ONU, situada entonces en las calles 67 y Park Avenue. Todos los que debían asistir, se hallaban aquella la tarde, en la habitación de Fidel, conversando sobre diversos temas. La charla era, como de costumbre, animada. Celia Sánchez, discreta y casi inadvertida, se acerca para recordarle la hora al Comandante en jefe y que debía cambiarse de ropas. Fidel no se inmutó. 

Dos recordatorios después, como a las 19 horas, por fin se viste con su uniforme recién planchado. Ya en la misión diplomática soviética, la atmósfera era fraternal y camaraderíl, no como dicen siempre las notas de prensa sino de veras cordial, cálida, auténtica. En un momento dado, Jruschov -que sufría por la calefacción-, propuso quitarse las chaquetas, muchos lo hicieron. Entre brindis y elogios, contó a Fidel, que a diario leía en su oficina del Kremlin las noticias sobre Cuba y al conocer cada ley, cada acto, cada golpe al imperialismo, miraba el tamaño de nuestra isla en el mapa, colgado a sus espaldas y reía, reía... ¡Qué revolución tan formidable!

Y ya en confianza, y con la chaqueta quitada, Nikita, reloj en mano, se le ocurre recordarle a Fidel que había llegado con retraso y que lo había hecho esperar media hora. El Comandante en jefe, ni corto ni perezoso, culpó al tránsito por la demora y, de inmediato, agregó: “Pero usted no perdió el tiempo, le vi reunido con la prensa…” Jruschov sonrió, respondiendo que así era... ¡Y guardó su reloj de bolsillo!

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