
Los pensamientos que preceden este comentario, definen -un poco más- lo que considero acerca de la naturaleza de los cubanos; sin temor a confusiones, ni espasmos de las mentes anquilosadas o signadas
por la indiferencia y las equivocaciones. Me refiero a los que defendemos (millones) esa mezcla insurrecta y rebelde que nos hace amar en una mujer a la Patria, a la Patria en la naturaleza y la naturaleza en la humanidad.
Siempre que escuchaba a mi hermano-amigo, el pintor y maestro Jorge Pérez Duporté sentía esa increíble
sensación de libertad y vida que entraba como brisa fresca dentro de mi piel. Conversaba en su residencia de Las Terrazas, a este hombre inmenso como si me contara fabulas del mundo increíble que desconocemos de las orquídeas y no me refiero, exclusivamente, a esas maravillosas flores, sino al entorno sobre el cual caminamos y respirábamos.
Así que sus referencias sobre la existencia de un mundo, más bien un universo latente de orquídeas, en Cuba, nos advierten los detalles que se multiplican en la aceptación de la diversidad desde el respeto a la unidad, por todos y para el bien de todos.
Aprendí cuán pequeño es el pensamiento humano con relación a la exuberancia de la naturaleza: sabia y savia materna. Esa es nuestra esencia. Por eso podemos amar y morir en cualquier lugar del mundo y definirnos cubanos. Luchar y luchar, por lo justo, por lo verdaderamente humano: esa es nuestra naturaleza. En el caso de nuestro José Martí, incluiría: “amor y respeto, por los demás”.
Evoco los encuentros con otra de las más grandes personalidades de la cultura cubana contemporánea: César Portillo de la Luz. Tuve la suerte de conocerles y llamarlos maestros sin recibir sus clases y a cambio. El primero me reclamaba como hermano y el segundo me adoptó como hijo. Fue César, quien me dio esa condición de hijo para “adoptarme” cuando el dolor se cruzó en mi pecho ante la pérdida de mi padre. Lo acepté con la limpidez de ese temperamento de los nacidos en esta Isla como un
reconocimiento que aún me alcanza
en cada instante de mi vida.
La noche del pasado viernes, mientras Silvio, descargaba su alud de canciones sobre centenares de corazones dispuestos a corear a una sola voz, sentí ese soplo de brisa fresca que embriaga de orgullo; pensé en la imagen del bardo con el keffi yeh de Palestina; mientras La Habana mostraba sus “islas de luz”, como luciérnagas, en medio de serpenteantes apagones –acentuados en otros territorios del archipiélago-; mientras las olas en el litoral marcaban la respiración acompasada de una nación convertida en símbolo de resistencia y unidad.