Foto: Alejandro Basulto

Una amistad comentó que no tenía costumbre de celebrar su cumpleaños y le dije te festejaré con una comida que te será inolvidable. Como disfruto la cocina adobé, con mucho tiempo, varios cuartos de pollo. Los puse al horno donde se combinaron los olores, sabores y la presentación.

Preparé una crema de lentejas y una ensalada mixta de una exquisita col china, rabanitos, acelgas; coloqué remolachas y algo de pepinos. Aunque el invitado no es muy vegetariano se interesó, durante la conversación de sobremesa, por el punto de venta donde había comprado esas hortalizas. Le conté que provenían del organopónico de la zona seis, de Alamar. Un sitio en el cual, en una época no lejana habían dejado de ser un ejemplo de producción de vegetales y hortalizas; tenía tanto deterioro que solo podías encontrar algunos condimentos y espinacas.

Aquella reciente mañana era tal el surtido que, al mirar a la dependienta sonreímos, y ella (muy atenta) dijo: “Todo es de aquí…” y un cliente habitual agregó: “Si se asoma al lugar de la cosecha, comprobará que es precioso el paisaje”.

Ofertaban tomates, rábanos, cilantro, cebollinos, lechugas, acelgas, berenjenas y los precios; aunque no son los deseados de antaño tampoco resultan un atentado al bolsillo de quien desea comprar, por ejemplo, una libra de tomates de alta calidad (45 cup), mientras la de zanahorias se detiene en el 30.

Si comparamos estas cifras con el precio del mazo de la exquisita hortaliza, en más de cien pesos, entonces podemos cuestionar aquellos que escuchamos en los pregones de revendedores en su desmedido irrespeto para justificar el “alto de su vara” porque los productores han incrementado sus costos.

En el caso del organopónico se entiende la necesidad de tener en cuenta y de primera mano, un precio que resulte viable en el escenario económico actual. De lo contrario ¿cómo pagaría a los trabajadores?, ¿cómo tendría dinero para invertir nuevamente? Por ejemplo, en un punto de venta, frente al parque de diversiones de Alamar, Marta la productora, en un pequeño terreno cultiva varias especies de hortalizas y vegetales. Los comercializa a precios muy bajos y es cuando vuelve mi curiosidad sobre las ventas de altas cifras, porque nadie trabaja para perder.

Cada día los precios parecen escalar con una celeridad que ni siquiera se pueden justificar con las dificultades económicas. Ninguno puede alegar que si subieron los combustibles o la electricidad porque hace mucho que el Estado reguló los precios de los insumos a los agricultores con el fin de incrementar
las producciones.

No soy economista ni cuestiono trabajo ajeno, pero no hacen falta tractores ni grandes insumos de fertilizantes, sino voluntad, creatividad e inteligencia para hacer producir patios, terrenos baldíos como han demostrado aquellos que apuestan por la fortaleza de la agricultura urbana y suburbana en cualquier área cultivable de la capital.

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