Foto: Joyme Cuan

Si me lo hubieran dicho hace más de 20 años; tal vez sí…, tal vez no lo hubiera creido. Pero sucedió. El teléfono sonó. Una vecina decía: “Dentro de 15 minutos los muchachos van a pasar por tu casa, dale la libreta que te van a comprar los huevos”.

Tenía dengue y las fuerzas no me alcanzaban ni para pararme en el umbral. Cuando vine a vivir acá; Juni y Jandy eran unos bebés: uno gordo y el otro delgadito. Siempre han sido educados y su saludo serio tiene el acento del respeto a una persona mayor. “¿Ana cómo estás?”.

En verdad no me extrañó que me hicieran el mandado porque Jandy me ha llevado de madrugada al policlínico y Juni -quien es ahora todo un informático- cada vez que lo necesito, por alguna trabazón, nunca
me quiere cobrar y yo le digo que con clientes como yo va a la ruina.

Yo, mujer sola, un día comenté a una amiga: “El día que me enferme me voy para el policlínico, como conozco a casi todo el staf de las guardias, hago noche en la sala de espera y por el día regreso a mi apartamento”. Ella se reía.

Sucedió que el dengue tocó a mi puerta con todos los malestares, fui al policlínico, me atendieron excelentemente y no tuve que hacer noche porque mis vecinas se encargaron de mi y el médico de la familia venía o me llamaba.

Pero más allá de si vivo sola, de si las vecinas son mi familia más cercana; ahora estoy estudiando detenidamente uno de los documentos más importantes que han llegado a mi vida porque me permitirá definir quién podrá cuidarme y bajo qué régimen podrá hacerlo legalmente con mi consentimiento. Que me resguardará de cualquier maltrato humano.

Me adelanto este domingo a ese día y espero que la mañana comience diferente para todos en mi barrio y, por supuesto, si alguien toca a mi puerta, tendré un código para mi.

Ver además:

El derecho a la diversidad de las familias cubanas