Foto: Tomada de Granma

Aunque parezca imposible después de más de un año, todavía muchos parecen desconocer una verdad macabra que ha enlutado miles de hogares en todo el planeta: existe un modo, muy rápido, en que la armonía y la integridad de la familia puede comprometerse hasta límites insospechados. 

En pocos días, a veces horas, más de una persona en casa puede transitar por las diversas etapas de una enfermedad causada por un microorganismo invisible, pero altamente poderoso, que bien pudiera ser merecedor de inscribir su nombre como recordista Guinness entre los asesinos en serie más eficientes del siglo XXI.

Se trata de un virus, el SARS-CoV-2, cuya capacidad contagiosa es mayor o menor según la “complicidad” de cada uno de nosotros. Y, al parecer, aún hay demasiados indolentes que se consideran inmunes y se vanaglorian de no prestar la suficiente atención al rigor que exige la situación ni a la necesaria obediencia de las medidas sanitarias.

Hace solo unos días, varios jóvenes —de esos que suelen tomar como propios ciertos espacios de la guagua— fumaban, cantaban y hasta compartían ron de una misma botella (sin vaso mediante); como si la amenaza del contagio fuera cosa de otros o fantasía de alguien.

A riesgo de recibir una respuesta nada agradable, les llamé la atención con pocas palabras: “De acuerdo, ustedes son inmunes, ¿y sus familiares en su casa también los son?”. Debo reconocer que no recibí respuesta irrespetuosa, aunque vi a más de uno tentado a “ponerme en mi lugar”. No obstante, tampoco variaron su actitud irresponsable y arrogante, y continuaron acentuando que están por encima de cualquier peligro, por evidente que este sea.

Después de esa escena, que se repite con demasiada frecuencia en diferentes entornos, vi claramente cuánto de inmadurez, falta de visión, egoísmo, insensatez y falsa valentía mostraban aquellos muchachos.

Los efectos fatales de sus actos pueden reflejarse en sus seres queridos —y en ellos mismos— de manera feroz e irreversible. Y, para entonces, de nada servirán lamentos o arrepentimientos. Durante años, en esos jóvenes imprudentes solo quedará una hoguera inapagable en la conciencia, que avivará sus llamas con el constante retorno del triste recuerdo de un drama a todas luces evitable.

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