El acto provincial por el Día del Educador en La Habana apenas dejó espacio para el rigor que suele matizar este tipo de actividad. La magnífica idea de la elección de la sede —la Escuela Especial Solidaridad con Panamá, en el municipio de Boyeros—, fue un mensaje directo, que nos hablaba de otro rigor, seguramente mayor, indoblegable, sólido… el de la ternura.

La obra pudo advertirse completa: maestros de distintas enseñanzas y sus alumnos. Como el artista y el lienzo. Ellos poniendo la luz y estos recibiéndola.

Foto: Lilian Sabina Roque

Claro que la ocasión fue propicia para agasajos, para reconocer a innumerables educadores la labor de todo el año, que no es diferente a la de toda la vida. Tampoco faltó el estímulo y el aliento de Ena Elsa Velázquez, ministra de Educación, y Reinaldo García, presidente de la Asamblea del Poder Popular en la capital, junto a otros dirigentes del sector educacional.

Pero el premio mayor a ellos y a los miles que no estuvieron presentes esta vez, siempre estuvo latente en la sonrisa agradecida de padres y educandos. Satisfacción que desborda los límites de un acto oficial y se extiende más allá de horarios y de jornadas, tal vez porque lleva implícita la certeza de un futuro.

La obra —sin dudas— puede ser aún mejor. Toneladas de bondad suelen sanar con eficacia las grietas de las más diversas limitaciones, cuando pudieran verterse en agigantar la epopeya.

Definitivamente, cuesta creer que la Escuela Especial Solidaridad con Panamá fue sede de un efímero acto oficial.

Cuesta aceptarlo, porque a cada paso del extenso recinto escolar se hace tangible, ante el ocasional visitante, la vital presencia de un perenne acto de amor.