Foto: Oilda Mon

Hace solo unos días, un amigo de la infancia me recordaba con cierta nostalgia cuánto podía hacer con 5 pesos allá por la década del 80 del pasado siglo.

Me decía, con la mirada montada en la máquina del tiempo, que con ese dinero solía ir a Coppelia y pedir una ensalada de helado (cuyo costo era de 1,50 pesos), cruzar la calle hacia L y 21 para comerse una pizza y un espagueti napolitano en la pizzería Vita Nuova (1,20 cada plato), entrar al cine Yara para ver una película de estreno (1,00) y gastar 0,10 centavos para el transporte (0,05 en la ida e igual cantidad en el regreso).

Si mi amigo le contara esto a los más jóvenes en pleno 2021 pudiera parecer un alarde del narrador, tratando de deslumbrar a sus incrédulos oyentes con un relato de ciencia ficción, pero lo cierto es que sacar a relucir esas pinceladas de hace ya más de cuatro décadas solo puede tener un valor anecdótico, pues en el actual contexto económico que vive el planeta sería impensable trazarse como propósito volver a esas condiciones, que hoy con razón parecen surrealistas.

Corresponde entonces “aterrizar” por completo en el primer año del tercer decenio del siglo XXI y, si no se quiere renunciar al privilegio de abordar la máquina del tiempo, negarse a usarla con la marcha atrás puesta, porque un paseo hacia el antes haría perder mucho tiempo cuando urge lidiar con éxito con el presente para asegurar que el futuro sea un lugar acogedor, a donde podamos llegar sin incertidumbres.

La tarea ha de ser de todos. Es realizable, se puede visualizar si aguzamos la mirada, si ponemos manos a la obra, siempre adelante…

Cualquier meta sería superable, factible, y hasta disfrutable, si no abandonamos la noble idea de pensar como país y si, mientras lo hacemos, todos, absolutamente todos, estamos de acuerdo en lo legítimo de no renunciar jamás a pensar, sin egoísmos, como persona.

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