
Desde el patio del apartamento observaba el mar y disfrutaba de una brisa deliciosa cuando alguien irrumpió el silencio con un grito de “tamal, tamaleeero” e increíblemente sin pensarlo exclamó: “Alamar ha despertado”.
A ese pregón se sumaron con los días los de los compradores de pedacitos de oro, vendedores de pan, escobas, ajos, girasoles. Mucho tiempo en casa, mucho silencio en el barrio.
¡Qué deleite!, mis vecinitos corretean, juegan, chillan. Tardo en reconocerlos por sus caras cubiertas y algunos por estar pasaditos de talla.

Regresaron a las escaleras los pasos de mis vecinos rumbo al trabajo y las conversaciones no rondan los tan usuales temas de ¿qué sacaron en las tiendas? Somos los mismos y somos otros.
No es raro escuchar a alguien que grita al que en el apuro olvidó el nasobuco, y se agradece el gesto, a veces de un desconocido; cuidar y cuidarse es poco. Somos más solidarios y hay quienes desterraron el engreimiento.

Se habla poco en los ómnibus. Muchos miran hacia afuera. Fui testigo de la multa impuesta al chofer de una guagua –a quien los pasajeros le pedían cordura– por exceso de personas a bordo. Sin embargo, ocurría algo inusitado, el chofer dio disculpas. Hay tiempo para equivocarse y para reparar.
Estamos aprendiendo un nuevo vivir con un enemigo invisible. No podemos confiar. Lavarnos las manos, taparnos la nariz y la boca.
No hay espacio para el cansancio. Muchos salen a levantar la economía en las fábricas o en las industrias, otros siembran en los pedacitos de patios… Al final, todos diremos gracias, muchas gracias.
Ver: Informarse
En La Habana: De nuevo en las aulas para soñar y hacer futuro
Buenos días comentario esperanzador ojalá en toda Cuba fuera así, gracias a todos