Foto: Granma

Indiferencia y poco respeto por la propia vida y la del prójimo vemos todos los días. Sean familiares, amigos o simples desconocidos, ellos desandan, con nasobuco colgante cual pañoleta, sin importarles e ignorando el peligro al cual se exponen, y arriesgan en su tozudez al resto de aquellos que, por desdicha, están en su camino.

Desafían como juego de azar a las autoridades, y transitan en un sube y baja de esa elemental protección, sin pensar que, al tocarlo, una y otra vez, aunque la primera ya podría ser suficiente, le hacen un regalo de vida o muerte al virus.

Marchan risueños, retando al destino, seguros de que no les va a tocar, y que, si lo hiciera, pues así estaba escrito.  Son amantes de una ruleta rusa que perjudica a muchos, sin importar los esfuerzos del país, ni los recursos que invierte en una enfermedad altamente contagiosa y que, por desgracia, a veces, cuesta la vida.

No les interesan en absoluto las horas empleadas por médicos y personal de Salud en la zona roja, haciendo lo imposible por salvar vidas; ni les afectan los gastos enormes en cada paciente o sospechoso; cuánta inversión se hace día a día, sin que cueste, toda esa atención y desvelo, un solo centavo al doliente. 

Sin conciencia alguna del daño, siguen aventurando incluso a niños, a lactantes, a una enfermedad bien triste y agresiva.

Por ello, las multas, la ley, debe caer con gran peso sobre la más mínima negligencia. No debemos permitir este juego de dejadez y muerte. No puede haber descanso y siempre debe estar el ojo avizor tanto de la autoridad como de cualquier persona que contemple tanta indolencia. No nos quedemos impasibles viendo cómo algunos echan a perder la obra y el tesón de muchos.

Estamos convencidos de que podemos lograrlo, pero para ello debemos ser implacables con quienes entregan su vida y la de otros a esta fatal enfermedad. 

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