En el relato Tal vez soñar, su autor, el estadounidense Ray Bradbury, establece una relación angustiosa entre el lector y la experiencia vivida por su protagonista: un astronauta que sufre la peor de las pesadillas durante su misión en el espacio interestelar.

Aquella narración demostraba –a partir de una enorme carga psicológica– la batalla protagonizada por el ser humano contra los peligros acechantes en su propio interior y donde su único aliado es determinado por la voluntad para luchar, resistir, sobrevivir.

Por estos días he meditado (en forma recurrente) en la manera vertiginosa que se expande la COVID-19 entre los habaneros, y pienso en quienes enfrentan al coronavirus con jornadas de investigación, producción de medicamentos y asistencia médica, consejos de defensa, todas multiplicadas más allá de lo imaginable.

He tenido la posibilidad de realizar trabajos periodísticos en el Hospital Pediátrico Universitario William Soler, ubicado en la periferia de la capital y próximo al aeropuerto José Martí, en el municipio de Boyeros y el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR). Frente al primero, un cartel resume el amor de la Revolución por los pacientes que allí se encuentran: Nada hay más importante que un niño. En el segundo, aún me siento impresionado por la estrategia de esta institución para sostener la atención requerida por sus pacientes en medio de la tensa situación generada por la pandemia.

Múltiples son los ejemplos de altruismo y entrega que protagonizan cientos de profesionales de todas las esferas del conocimiento durante el enfrentamiento al SARS-CoV-2. Por cotidianos, no dejan de ser valorados como unos de los mayores méritos de una nación que vela por la calidad de vida de sus ciudadanos, en medio de la peor de las batallas en la carrera (internacional), por encontrar los candidatos vacunales efectivos.

Evoco a Fidel cuando habló a los jóvenes desde la escalinata de la Universidad de La Habana (2010), al recordar que estamos llegando a un punto crítico donde no existe marcha atrás (…) No podemos vivir de espaldas a la naturaleza, sino abrazados a ella. Somos parte de la naturaleza y de su equilibrio. Tal aseveración nos obliga a pensar como país y actuar en consecuencia desde la responsabilidad individual para evitar el dolor, la incertidumbre y la muerte.

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