
Ha muerto Brigitte Bardot. Tenía 91 años, aunque si nos guiamos por la cobertura mediática, pareciera que murió joven, bella y eternamente deseable. Los titulares la despiden como ícono del cine francés, mito erótico, fantasía masculina del siglo XX. Poco se dice de la mujer que envejeció, de la activista que dedicó décadas a la defensa de los animales, de la figura incómoda que siguió opinando y ocupando espacio hasta el final. Bardot murió anciana, pero los medios se empeñan en recordarla joven. En esa elección no hay nostalgia inocente, hay una forma muy precisa -y sexista— de decidir qué vidas de mujeres deben ser vistas y cuáles deben desaparecer.
La muerte de Brigitte Bardot reaviva un problema profundo en la cultura mediática, la incapacidad de aceptar, visibilizar y narrar la vejez de las mujeres con la misma complejidad con que se retrata a los hombres. Bardot, figura central del cine francés y símbolo cultural del siglo XX, murió rodeada de titulares que, fieles a una costumbre ya conocida, la regresan a su juventud. Esa elección editorial -repetida en medios de todo el mundo— dice más de lo que parece, no es solo memoria audiovisual, es un sesgo estructural que descarta la vejez como un estado digno de representación.
Ese enfoque no es neutro. La preferencia por la juventud femenina en los medios no es un mero descuido estético sino un mandato cultural. Una mujer envejecida — por el simple paso del tiempo— deja de encajar en los códigos visuales y narrativos dominantes. La vejez femenina aparece solo bajo ciertas condiciones; si está dramatizada como tragedia, si se transforma en objeto de burla o si se idealiza a través de filtros que borran las huellas naturales del tiempo. El envejecimiento masculino, por contraste, se celebran en términos como “sabiduría”, “carácter” o “potencia tardía”. En los hombres, las arrugas cuentan historias; en las mujeres parecen borrarse o ignorarse. Ese doble estándar es una forma de violencia simbólica que relega a las mujeres a los márgenes de la vida visible.
Desde la perspectiva de género, este sesgo tiene efectos tangibles. La representación mediática no solo refleja ideas sociales, sino que las refuerza y las legitima. Cuando los medios eligen mayoritariamente fotos de Bardot joven para hablar de toda su vida —incluyendo su muerte a los 91 años— se transmite el mensaje de que el valor de una mujer está ligado a su juventud y erotismo percibido, no a su trayectoria integral como ser humano. Es una narrativa que alimenta la presión estética sobre las mujeres de todas las edades, que naturaliza la invisibilización de sus vidas maduras y que perpetúa la idea de que envejecer es perder valor social.
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