
“Tú que eres tan guajiro como yo, ayúdame a escoger un pedacito de carne para asar al carbón”, le pido al carnicero. Elegí la que sugirió y al pagar faltaban 160 pesos. Cuando pretendí decirle que iría a casa por el faltante, un joven que nunca he visto intervino en la conversación dijo: “yo pago lo que falta”. Di las
gracias. No me detuve a pensar que lo hizo porque es un “maceta”, pienso que ofreció lo que en ese momento tenía. Y ahí quiero detenerme: Despedimos un año que no hay que calificar. Todos sufrimos de situaciones económicas, financieras (domésticas) de salud y rupturas, en alguna medida; pero no perdimos
la esencia que caracteriza al cubano: ayudarnos, compartir lo poco y lo mucho desde una pastilla hasta un pozuelo con sopa.
El huracán Melissa es el más reciente ejemplo. Dimos bienes materiales, pero espiritualmente mucho más: ¿acaso olvidaremos a los jóvenes militares en los anfibios salvando personas atrapadas ante las crecidas? Eso somos y quisiera que este 2026 que anhelamos como punto de giro en la economía aglutine más a las personas, por el bien colectivo, salvaguardar lo logrado con el sacrificio de tantos años.
Por supuesto la sociedad ha ido cambiando y hay quienes dejaron los estudios para “luchar”, porque el dinero es más importante, que corren detrás de las marcas, carros de lujo, y miran por encima de los
hombros a quienes consideran no son sus iguales. Pido que no olvidemos al desvalido, al anciano, al que vive solo, al enfermo, al médico que siempre está alerta, al maestro que te espera, al vecino que día a día te
da los buenos días.

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