Foto: Martirena

“Si puedes me das lo exacto, no hay menudo…”, dijo la dependiente de la farmacia y le respondí mostrando el dinero de mi monedero. “Es lo que queda del salario”. Ella susurró: “Al menos tienes algo, debería escribir en el periódico que en farmacia los salarios son bajos”.

Riposté: “Debería comenzar diciendo que cuando llegan los medicamentos a las farmacias los revendedores están surtidos". Se quedó callada. Agregué: “Y los venden primero que en las farmacias”.

Lo cierto es que La Habana tiene (y no temo equivocarme) -en calles, parques, zonas aledañas a mercados concurridos- a personas mayores vendiendo medicinas de producción nacional como lo más normal del mundo.

¿Quiénes están detrás de esos revendedores? ¿Cuándo tomarán medidas más eficaces o disuasivas?. Incluso hay medicinas reenvasadas con pastillas vencidas. ¿De dónde salen? Evidentemente utilizan a los ancianos dándole alguna dádiva para tan peligroso negocio; pero… también encuentras detergentes, pasta dental, jabones de baño y de lavar.

Puedes ver que cuando se termina la mercancía, algunos comerciantes callejeros tienen cerca más suministros o te dicen: ¡Espere que ya vuelvo...!

Por supuesto, hay más ejemplos para graficar. ¿Por qué si en los mercados industriales se vendían detergentes, cloro, legía, producidos en el país, al igual que las colchas de trapear, desincrustantes, desengrasante, debemos acudir a revendedores con precios diferentes y por supuesto elevados?

Y no lo niego, me incluyo, solo digo: “Quien esté limpio de culpas, que lance la primera piedra”. La disyuntiva por la cual muchos apelamos a esos revendedores –a quienes hay que parar–, nos obliga a reflexionar en un mercado tan ilegal como peligroso que no puede ser encubierto por la desidia.

Ver además:

Cuestión de precios