Foto: Archivo de Tribuna de La Habana

Cuando comentan que este es el “peor país”, quisiera preguntar a quienes expresan esa comparación: ¿Cuántos conoces para colocar tu tierra en el peor escalón? No voy a hacer como los vendedores que te dicen: “En el otro quiosco venden más caro…” para ejercer el dominio de su pequeño mercado bajo este precepto de “mercadotecnia” callejera.

No señalaré errores ajenos. Digo esto porque dentro de unos días será 26 de Julio y es cierto que vemos personas deambulantes –debido, en muchas ocasiones a problemas relacionados directamente con la falta de atención de sus familias-, escasez de recursos básicos: medicinas y alimentos; pero el 26 (de 1953) fue el inicio del cambio de este país y para bien. 

Nadie me sacará de mi casa y lanzarme a la guardaraya. Es cierto que no faltan muchas medicinas; sin embargo, puedo ir al hospital o al policlínico y algo se hace –en esta atención primaria de salud pública- para amortiguar mis problemas.

Aún no he dormido con el estómago vacío. Por supuesto, quiero tener un buen perfume, disfrutar de un gran bistec, un helado, comprar un pantalón a la moda y cremas para mi piel. Estoy viva, yo que pasé un susto oncológico del cual pude sobrevivir gracias a este gobierno que algunos pretenden llenar de críticas sin tener en cuenta las verdaderas causas: más externas que problemas de gestión interna; pero igual influyen y deben ser corregidas o erradicadas.

Disfruto trabajar y respirar, mirar los flamboyanes floridos que estremecerían al propio Van Gogh, entrar al agua de mar de la costa que conocemos por la Playa de los Rusos, en Alamar, y que tiene igual cantidad de sal que la de Varadero y tan límpida que observo a los pececitos de colores. Siento, como todos en La Habana, los efectos nocivos de la arena proveniente del Sahara y cuando llego al hogar escucho música: una de las mejores del mundo porque vivo en un país al cual pretenden colocar una argolla en el cuello, pero… ¡caramba¡ Es el mío y no hablo mal de él.

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