Había que aguzar el oído en el riel del ferrocarril para saber si se acercaba alguna locomotora. Todos a la vez gritábamos, “no viene nada”, y luego la orden de “crucen con la mirada al frente, seguros, despacio”. Abajo a unos doscientos metros desde nuestra altura corría el río Bitirí. Era una excursión prohibida a la que el abuelo nos llevaba cuando cobrada su pensión. Comeríamos las panetelas que hacían aquellos negros, negrísimos, que sin saber sus verdaderos orígenes todos les decían haitianos.

Ese recuerdo es recurrente cada vez que me detengo ante la casona pintada de verde en la calle de la Obrapía número 157, entre Mercaderes y San Ignacio en la Habana Vieja.

Desde la calle atrae la mirada el mobiliario, las tallas en maderas, sus piezas de marfil. Toda África en una mirada múltiple donde por supuesto están las creencias religiosas de las que también somos herederos.

La esclavitud a que fueron sometidos. Diversos instrumentos musicales, algunos propios del continente africano, otros mundialmente generalizados, ambientan el lugar donde también se exhiben colmillos y piezas labradas en marfil.

Camino la casa de África y viene a la mente mi abuelo que aunque descendía de franceses también fue un inmigrante en esta tierra poblada por negros cuyos verdaderos orígenes en la época de mi niñez englobamos en un gentilicio, haitianos.

Aún siento el olor a frijoles negros con donpling/ bolitas de harina de trigo cocinadas en el caldo de los frijoles/, el sabor del prú, el guiso de quimbombó, el fufú fe plátanos y la voz queda del abuelo, “no digan a su mamá que los traje al barrio de los negros” .Años después una indiscreción delataría que el abuelo nos había enseñado a cruzar el puente del ferrocarril para ir a degustar las deliciosas panetelas que hacían aquellos negros.

Confieso que extraño a mi abuelo quien solo su color blanco y ojos azules lo diferenciaba de aquellos negros venidos como esclavos. Él también había perdido su identidad. Hubiera querido enseñarle el pensador, de la etnia lunda-chokwe, esculpido en madera, que simboliza la sabiduría, el conocimiento, porque él desde su mirada nos estaba enseñando una cultura que con el devenir de los años sería el de toda una nación.

¿Quién no sale cuando toca un tambor? uno de los dos mayores contribuyentes al ajiaco étnico de la nacionalidad cubana.

Toda África está en esta casona de la Habana Vieja y no me da pena confesar que siempre la recorro con el abuelo que nos enseñó a comer un delicioso dulce de ¿Haití, Jamaica, Nigeria, Angola, de Ghana? De cualquier forma visito la Casa de África, aprendo algo siempre y disfruto mis recuerdos infantiles.

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