Foto: Tomada de Cubasí

Quedé sola en medio de la plazoleta cuando intentaba averiguar, ¿quién vende duralginas? Alguien se adelantó con el grito de: “¡agua…!” y los observé cuando apresurados tomaron un trillo diferente como si fueran peatones sin prisa. Solo un joven con una caja de culantros, que cubrió con un cartón, siguió mirando su móvil como lo más normal del mundo.

Muchos de aquellos revendedores eran personas muy mayores que comercian lo que menos usted imagina, pues según alegan lo hacen porque su pensión es muy baja. Y yo que he escrito de varios temas latentes en la sociedad tengo esta asignatura pendiente porque muchos lectores cuando escriben a esta columna lanzan el reto para que trate el tema.

Algunos que exponen sus testimonios como retirados alegan que aún permanecen a la espera de un posible aumento. Y otros comentan “no es que estemos en contra de aquellos sectores que ya tienen un sueldo mayor, es que en nuestra generación, en su mayoría profesionales, fuimos protagonistas de muchas actividades importantes y contribuimos en el desarrollo de la nación”.

Son tiempos difíciles y es cierto que los de mayores necesidades reciben alguna ayuda, pero un gran grupo está por debajo de los 3 000 pesos mensuales y cada día los precios son más elevados. Sin olvidar que por la edad los medicamentos comercializados fuera de las farmacias dejan profundos agujeros en los bolsillos.

Conozco de jubilados, entre los cuales me encuentro, que nos reincorporamos al trabajo porque tenemos fuerza y capacidad profesional para hacerlo; mientras a otros -por su salud o condiciones exigidas en las ofertas de trabajo-, los descalifican porque no son personas adecuadas. Pienso en aquellos que por diversas razones no tienen otra opción que esperar la bajada de los precios.

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Precios versus calidad