
Unos focos de luz larga e intensa lo paralizaron en plena calle a las dos de la madrugada. Del interior de un yip indagaron “becado ¿qué hace usted a esta hora en la calle”? El estudiante respondió “quiero comer algo y voy a la pizzería .La respuesta fue “regrese a la beca”.
Fue un día largo, angustioso, el peor de sus 16 años. Sólo su amigo Emerio compartía la preocupación. La noche cubrió todo y de la dirección del preuniversitario donde estaba becado en el reparto Siboney, nadie lo procuró para comunicarle que había sido expulsado por indisciplina.
Fidel Castro nunca llamó y mi hermano. Arístides hace la anécdota con algo de sonrisa y dice cuando las luces me descubrieron fue tremendo el susto pero cuando vi a Fidel por la ventanilla pensé que sería expulsado.
Nunca se supo nada. Terminé el pre con ese secreto. Solo dije “es increíble Fidel te cogió escapado de la beca en plena madrugada y no llamó al pre. Creo que su silencio surtió mejor efecto en ti”.
Entonces le recordé: hermano ese hombre es único en dos ocasiones en público saludó, dijo una frase aparentemente, sin importancia, pero encerraba un mensaje que yo solo podía descifrar.
Y cuando inauguraron el frigorífico de Alquizar y se sentía el olor a amoniaco dijo una palabra fuerte y al ver mi cara, dio dos zancadas puso una mano en uno de mis hombros y dijo” a veces hay que decirlas”.
Era único, conversaba con la mayor naturalidad del mundo, a veces me preguntaba sobre empresas, cultivos, aparentes detalles de sembrados de la entonces provincia de La Habana, pero era algo que seguramente le preocupaba.
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