Foto: Tomada de cuba.cu

Mayoría en el Parlamento; mayoría como fuerza técnica laboral calificada; incluso del nivel superior; gigantes en la investigación y las ciencias y así…, pudiera citar numerosos ejemplos donde las féminas pueden demostrar su ingeniosidad, lo que no demerita el camino que cuesta arriba vencen.

Gracias a la Revolución, las cubanas dejaron atrás como únicas opciones el delantal, ser dama de compañía del esposo, coser, bordar, tejer o cuando más ejercer como maestras, por supuesto enfermeras o secretarias, sin demeritar dichas actividades.

Destinadas a tomar otro rumbo de sus fértiles vidas, la Revolución puso a su alcance igualdad de salarios, de estudio, trabajar a la par con los hombres, aunque en sus hombros llevan más carga no solo familiar; sino cuando ejercen responsabilidades laborales, que muchos hombres. Puedo hacer referencia a una labor que ha sido considerada en el nuevo Código de las Familias y se relaciona con el cuidado de ancianos de la familia, las reuniones escolares, en los cuerpos de guardia de los centros de salud, en las colas del gas licuado; incluso como madres solteras responsabilizadas con en el sustento de los hijos.

La mujer cubana, después de enero de 1959, inició un camino trillado de trabajo y sonrisas: recuerdo mi entrada como becaria, en los grupos del preuniversitario donde había cinco féminas adolescentes en grupos de 50 alumnos. Sencillamente, no todos los padres acepaban que una hija joven se alejara de la casa, los tabúes –como lastre del pasado reciente o reciclado por siglos- lo impedían. Hablemos del empoderamiento de las mujeres, de lo que hacemos, de nuestro papel en una sociedad que construye su propio destino. Pienso que no solo debe primar el empuje de ellas, en eso hay que integrar otras mentes aun no “empoderadas”.

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