Foto: Cartel

Con un bastón, un enfisema pulmonar y sus 89 años a cuestas, un día pidió que lo llevara al Museo de la Revolución y por supuesto con tantos males dilaté el viaje hasta que una mañana dijo: “Por favor Ana, vamos al museo”. Y el domingo de esa semana haciendo oídos sordos a quienes se oponían en la familia a nuestra travesía, llegamos al lugar que estaba lleno de turistas y pensé en lo infructuoso del viaje.

Pero resultó la primera sorpresa: un guía solicitaba nuestra presencia en la entrada. Sencillamente por ser un anciano con dificultades tenía prioridad, había un elevador para visitar los diferentes pisos. Su cara se fue iluminando y tardaba ante cada vidriera, hasta que sacó del bolsillo algo que puso encima de un cristal y comparó orgulloso: “Mira…, igual al mío” Era un carné de alguien como él, develaba un secreto y confirmaba que era un colaborador del Movimiento 26 de julio.

Hacía 46 años que la Revolución había triunfado y mi padre nunca habló de su apoyo a los “rebeldes” como decían a los combatientes del Ejército Rebelde. Entonces le recordé: “Tenía siete años y no olvido que de día la casa era como cualquier otra; pero algunas noches -en el portal- se sentaban jóvenes con barbas, co-llares de Santa Juana y un brazalete rojo y negro, cosido en forma manual, con unas letras de tela blanca cortadas a tijera que decían: M-26-7.

También recuerdo que mamá iba a la casa del al lado a escuchar Radio Rebelde y llegaba con las últimas noticias de los combates y de lo que sucedía en la Sierra. Cuando entré a la universidad viví en Santiago y conocí más sobre el 26 de julio: visité sitios históricos que rinden homenaje a esa histórica fecha y al Movimiento que identificaba a la Generación del Centenario. Incluso, presencié uno de los actos más impresionantes: el Vigésimo aniversario de esta efemérides.

El Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial, se construyó en 1920. Foto: Marian Eugenia Serrano Estepa

El Museo de la Revolución es historia viva. Aquella mañana de domingo mí padre viajó en el tiempo, su cara se rejuveneció y solo atine a expresar: “Papá que voluntad tuvieron esos comba-tientes, sin apenas armamento, mira todo lo que se ha logrado”.

Y como si la vida hubiera querido sellar con felicidad aquel domingo, decidí pararme a la entrada del túnel de la bahía y un hombre en una camioneta blanca paró y nos dejó frente al edificio donde vivíamos. En casa cuando nos vieron llegar sonrientes exclamaron: ¡¿Cuál de los dos está más loco?! Y respondí que lo mismo habría dicho el chofer que nos trajo cuando me vio con un anciano, con bastón, pidiendo botella.

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