Foto: Correos de Cuba

Mi abuela materna, Isabel, era sabia: me enseñó a cultivar plantas ornamentales; me decía: no te vistas de saco, no te zurzas; antes de casarte has todo lo que quieras para cuando seas mayor y sentada en el portal, no sientas envidia al ver pasar a las demás. Me enseñó a vestir; decía: lo importante es el entalle, no importa la calidad del tejido…, me hacía la ropa y lo que no me gustó eran las pruebas para ajustar algún pormenor. Mi abuela era mágica. Hoy la tengo más presente. Es el día de las madres.

Siempre recordaba: si tuviera hijos serían los malcriados de mi casa, los más besados del planeta, los que más cuentos infantiles escucharían, los que llegarían tarde a la escuela por no interrumpirles el sueño. Les cocinaría dulces exquisitos, les enseñaría a comer de todo, nada frito, ni embutidos. Haría de todo porque fueran educados, sin hipocresía. Pero sobre todo les enseñaría a mataperrerar porque uno solo es niño una vez en la vida. Y que el mundo me critique.

Hoy es el día de las madres, iré a la costa… mamá me pidió que la depositara en las olas, lo hice junto a uno de mis hermanos; el otro no tuvo valor. La llevamos donde el mar besa las rocas, más cerca de casa para conversar con ella desde la orilla. Cuando voy, lo hago cuando el agua está de azul intenso, preferiblemente si está apacible, aunque siempre una ola suavecita llega y me acaricia con su corona de espumas como si fuera un susurro…, entonces doy la vuelta, sonrío y me voy.

Ver además:

Amor a toda prueba

Madres: Susurros del alma

Mirada cómplice del más puro sentimiento