Foto: Portal Cuba.cu

Estaba en casa por razones de trabajo. Pasaron las horas y decidí preparar algo para almorzar. Muy dispuesto dijo: “¿Te puedo ayudar en la cocina? Argumentó: En lo que desees…, mi mamá enseñó a todos sus hijos a cocinar, lavar, planchar y bailar…”. Respondí: “Pero aquí soy la propietaria de la cocina, y no di oportunidad para demostrar sus habilidades domésticas.

Un día comenté: “Estoy agotada, ¿puedes colar un poquito de café? Y nunca más, lo confieso, pensé que me fuera a derrotar en una cuestión tan sencilla como llevar a punto el tradicional elixir en la cafetera. Sentí vergüenza cuando le escuché señalar: “El té te queda exquisito”, en alusión al agua de chirre que brindé en
su primera visita.

Ha pasado el tiempo y reprocho todo lo que perdí al no compartir una labor doméstica con mi esposo. Tal vez por prejuicios y, un tanto por la autosuficiencia impuesta a fuerza de una costumbre en la cual se definía (por error) las cuestiones atribuidas a niños y niñas, muy distante de la equidad social que se busca y, por supuesto, de un comportamiento que precede, incluso, las actitudes violentas sobre la mujer, lo cual pudiera ser abordado en otro comentario.

Mucho han caminado las mujeres en este archipiélago desde que decidieron quitarse el delantal de amas de casa y aprovechar todas las oportunidades que un país en Revolución puso a su alcance, con el impulso visionario de Fidel y Vilma. De hecho, según las estadísticas, somos mayoría en las generaciones de graduados de las enseñanzas de nivel superior.

En los centros laborales existen múltiples ejemplos de lo que es la mujer de hoy. Las reglas del juego cambiaron: se comparte, reitero, no se “ayuda”. Es por eso que no asombra ver a hombres lavando, tendiendo ropa, con los niños de mano camino a la escuela. Pero también veo mujeres con los balones del gas licuado en una carretilla. Sin embargo, aún persisten ciertos bloqueos a mujeres con niños pequeños a quienes les imponen trabas cuando se trata de darles acceso a un trabajo de mucha responsabilidad.

Miremos en derredor: en las colas somos mayorías, en las salas de espera de los policlínicos, rara vez hay un hombre con sus hijos enfermos. Y no es que no estén capacitados para hacerlo, porque incluso pueden tener derecho a licencias (por ley) para cuidar a los niños pequeños. No obstante, pienso que aún quedan mujeres que como yo se hacen las “propietarias” de labores que no tienen que ser de un sexo o el otro.

Vea también:

Las apariencias engañan