Foto: Infomed

Las personas llegan, observan, los impacientes caminan, hablan solos. A la media hora usted conoce que ir desde el Reparto Alamar, en La Habana del Este, al centro de La Habana, cuesta 300 pesos, desde Vedado –Plaza de la Revolución- al Parque Lenin, en Arroyo Naranjo, debe pagar 350 y hay quien rectifica esos precios y dice: ¡Qué va, eso fue ayer!

Hay quienes conocen las rutas de guaguas y los puntos de control super eficientes como los de la Villa Panamericana, Hospital Naval, y en Alamar nadie para. Que si hay un trompo del Camilo Cienfuegos hasta la salida del túnel,  que desde Alamar sólo se sale en P11 y la mayoría de las veces circulan solo dos ómnibus. Que si hace falta ponerle al C7 más carros.

Cualquier sala de espera para trámites, consultas u otra actividad es un termómetro de cómo anda la sociedad. Puede llevar un libro, hacerse el sueco; pero no escapa de la avalancha de comentarios; incluso, algunos te tocan el brazo e inician el tema del día: Que si llamaron a usar nasobuco, el costo de las viandas y frijoles: carísimos, que por su casa venden de todo...

Que el café sigue con atraso, que llegó un barco con pollo y el arroz con precios inalcanzables. Que en los registros civiles le señalan la fecha de entrega de documentos y cuando va a recogerlos solo dan 15 turnos. Que cualquier pan (del llamado flauta) cuesta más de 200 pesos. Al final usted sabe cómo anda el “mundo” fuera de casa.

Estoy en una sala atípica, alejada de esa tormenta de opiniones críticas. En derredor, adultos mayores, solos o acompañados. Pocos conversan, sobresale la voz de una eficiente secretaria. No pensé -hace 33 años- que estaría un día esperando como cualquiera otro paciente, en este lugar. Recuerdo el día de la fundación, a su primer director, Osvaldo Prieto, a la sicóloga María Isabel con un sabio consejo: “Ahora que eres joven acostúmbrate a tener un lugar para cada cosa, cuando envejezca no te perderás dentro de tu casa”.

Todo está pulcro, los asientos de metal conservados, contrario a lo que puede observarse de otros centros. Llegan quienes van a ingresar y son conducidos a sus respectivas salas. De pronto aparece la doctora Baby, me reconoce. Es de las fundadoras del Centro Iberoamericano de la Tercera Edad, (Cited) a quien le comento: “Al parecer aquí todo funciona como el primer día”. Ella sonríe y dice que “puede haber alguna pequeña fisura; pero somos los mismos”.

¡Qué suerte!, sólo hace falta que se multipliquen centros como este, en un país con una población muy envejecida. Entonces, pienso en todo lo que hemos alcanzado y la condición de sobrevivientes de una pandemia de la cual logramos salir gracias a nuestros científicos y médicos. Así, uno olvida un poco, el que falta esto y lo otro…, porque depende de todos el poder avanzar.

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