¡Sus gritos deciden quienes de ellos ganarán! Por el Fuhrer…, por la pareja tenebrosa…, por el arquetipo de “Punk”. Éste sería el último llamado del presentador, el desenlace final que espera efusivamente el auditorio, celebrando las fiestas de Halloween en el Centro Cultural habanero Máxim Rock, acontecidas el reciente sábado 28 de octubre, justo una semana después de la justa celebración del Día de la Cultura cubana.

El veredicto del disfraz triunfador dependerá de la mejor bulla, de la más imponente. ¡Damas y caballeros, es un placer anunciar que ha ganado Alemania! La declaración del premio estético truena y sublima con tono olímpico wagneriano. De inmediato, un sujeto vestido con uniforme militar del Tercer Reich da un paso al frente y ejecuta el saludo vertical hitleriano, rodeado de aplausos y exclamaciones inaudibles y hasta puede advertirse en la huella gráfica de un video a dos jóvenes desde el público corresponder extraverbalmente con el: “Heil Hitler”

¿Qué está sucediendo allí en ese momento? ¿Qué pasó con la percepción de los valores existenciales y solidarios inherentes a los directivos y participantes que acaban de legitimar, y a la postre venerar respectivamente como semidiós a uno de los asesinos más sangrientos en la historia universal? ¿Es el Rock, o estaban poseídos por el espíritu de todos los muertos? ¿Qué está fallando en la actualidad con relación al proceso de formación de los principios éticos y el carácter humanista de nuestras generaciones?

Recientemente tuvimos la posibilidad de escuchar las intervenciones del Presidente de la República en el XI Congreso de la Upec, en medio de un espacio de reflexiones compartidas sobre el papel de la prensa cubana y los desafíos de enfrentar los designios contenidos en la guerra mediática, transcultural que se nos hace y la penetración de valores ajenos a nuestra identidad y mucho menos al carácter humanista de la Revolución cubana que pretenden convertir en campo minado cualquier esfuerzo por defendernos de los intentos de neocolonización sostenidos por el gobierno de Estados Unidos.

Muchos ripostaremos en modo defensivo: no es Cuba, es solo una muestra heterogénea y casuística que no nos incluye como país. Sí, es cierto, pero aguarden, es una vivencia real, la tentativa de construir una mecha incendiaria para almas inocentes y comunes que pasó inadvertida como broma ornamental.

Por acción u omisión significa un hecho solapado que instiga el principio de un final añorado por mentes diabólicas y anticubanas. Una pequeña demostración del peligro que representa para la cultura patria la tolerancia de conductas y tendencias contradictorias a los fundamentos de nuestra nación, que intentan gradualmente carcomer sus cimientos.

La libertad de expresión no solo constituye un derecho fundamental del individuo, sino que también configura un juicio de valor social fundido al impacto inexorable del momento histórico concreto en que trasciende su vida. Poseemos la expectativa de difundir nuestro verbo y exteriorizar opiniones, de formular multivalentemente nuestros estados de ánimo, de amar y conquistar el sentimiento no al lado de un sexo, sino a la diestra de un ser humano. Es la capacidad de esculpir nuestra fe, nuestras creencias y sustituir ídolos por lo que nosotros elijamos.

Incluso de injertar en nuestra epidermis todo lo que idealizamos o soñamos ser. Pero la concreción y eficacia de este universo de oportunidades posee como límites el respeto ineludible a bienes tan sagrados como la vida, la integridad corporal, la dignidad, el honor. No es la música de Freddy Mercury, la de Led Zeppelin o una balada local las que propician que se haya exaltado como fetiche al arquitecto del Holocausto que gaseó y quemó a millones de judíos y provocó una Guerra Mundial de proporciones horrendas, dejando cicatrices en la memoria del hombre.

No es la introducción festiva de origen celta o víspera de todos los santos la que produce el colonialismo mental de un pueblo y el marchitar de sus héroes y costumbres trasplantándolos por extraños. La simple colocación de disfraces alegóricos al terror es solo un medio de expresión, de formas que producen diversión e intercambio de simpatías colectivas, un viaje a la historia y la recreación de rituales paganos.

El fenómeno publicitario de Halloween, como cualquier otra festividad de roles expresionistas, no es dañino per se, al contario entretiene y recrea. Sin embargo, el veneno moral yace detrás, inoculado y luego empleado hábilmente por quienes pretenden injertar símbolos que corroen y socavan las verdaderas columnas de la integridad humana.

Empiezan como antifaces y terminan como emblemas asumidos. Se introducen como inocentes vestidos del pasado y concluyen parasitando el carácter y debilitando la voluntad de su anfitrión, extinguiendo de la faz de la tierra cualquier atisbo de compromiso solidario, falsificando de una vez la individualidad y la violencia como las mayores de las virtudes del firmamento.

Cuba jamás será cómplice ni artífice en permitir la siembra de germinales de odio ni en acceder publicitar este tipo de insignias. Esa noche oscura, casi gana la Alemania nazi; sin embargo, al salir los primeros rayos de sol aquel espíritu homicida que quiso revivir sucumbió en pleno experimento de regeneración, repudiado por la innegociable voluntad cubana de mantener su proa hacia lo mejor de la humanidad.

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