En la Cuba de siempre y sin miedo a ninguna tempestad continúa incesante la enseñanza de un Derecho formidable. Detrás de cada columna de mármol se encauza la prosa científica para seguir construyendo gigantes jurídicos que conquistan el anhelado equilibrio entre lo moral y lo legal. Hoy en pleno escenario de consultas y controversias, de desafíos por encontrar la verdad y de obras tan difíciles, pero tan necesarias como impartir Justicia, se aúnan de manera heterogénea, pero con absoluta impronta, los juristas cubanos.
Es que esta profesión en cualquiera de sus dimensiones exige tanta pasión para ser realizada que no basta con el conocimiento, si el corazón y la voluntad no comparten el aliento en la primera línea de batalla. Ser jurista exige actitud de objetivos, amerita sacrificio y continuidad, así como detentar el sentir de compromiso patrio y de gratitud histórica. Al igual que en un verdadero combate, la suerte solo representa un enemigo en potencia si no hay un desafío racional. Solo el convencimiento de que te entregas a lo justo aumenta la probabilidad de éxito.
Al lado de su nación, de su pueblo, allí siguen naciendo, triunfando y prevaleciendo en mil generaciones y recuerdos todos aquellos que escogimos una labor que nos sigue a casa, nos alimenta, influye en la casuística de nuestros sueños y al día siguiente libera almas o intenta libertades, reta todo aquello innoble y se alza por un ideal de Justicia.
La toga constituye el símbolo para arribar al desenlace, el discurso gráfico o forense corporifica cualquiera de nuestras armas, pero lo esencial es el sentimiento de que lo que hacemos se multiplica y hace cada día una nación, una Cuba mejor.