Los espíritus de esos hombres que lucharon imperturbables hasta la eternidad por una Patria justa jamás se desvanecen ni claudican, sino que permanecen por los siglos como rocas firmes bañadas por el mar de la grandeza conquistada.
Uno de esos hombres, uno de esos soñadores reales fue Raúl Valdés Vivó, cuya vida desde joven estuvo matizada por el riesgo a morir por sus ideales para luego, con el triunfo de la Revolución cubana, dedicar su obra la construcción de una sociedad colmada de justicia social y de ferviente independencia.
Los que lo conocieron tuvieron la dicha de aprender de cerca el verdadero significado de lo que es creer estoicamente en convicciones patrióticas y éticas, más allá de mil adversidades, muchas de ellas afrontadas temerariamente. Se graduó de revolucionario militando sin pronósticos favorables en los bandos de quienes se arriesgaron y enfrentaron la muerte y la tortura luchando por revertir la nación arrendada como seudorrepública al imperio yanqui.
Internacionalista, fue capaz de combinar la excelencia de la palabra con el enfrentamiento a las balas, como el testimonio descrito de su labor en Vietnam, en plena guerra, cuando escribió el estremecedor texto: Los negros ciegos, en los cuales demostró la doble intencionalidad de Washington de enviar entre sus tropas a miles de afronorteamericanos como carne de cañón en su genocidio contra el pueblo vietnamita.
Caminó firme por aulas, por academias y con audacia por las selvas. Atravesó múltiples montañas junto a héroes locales y rebeldes extraños con los que compartía el sentimiento de la libertad. Cada día se levantaba en sitios remotos sosteniendo únicamente como asidero bíblico su arma y su deber, sabía en esos momentos que representaba una esperanza y a una Isla repleta de dignidades.
Jamás tuvo complicidad con lo biológico, revirtiendo el tiempo a su antojo y produciendo un caudal literario que lo implicó a encontrarse siempre en la vanguardia del pensamiento creativo de su época. Amó con pasión a su familia, protagonista cotidiano de eventos simpáticos y acreedor de hacer sentir especial a diestra y siniestra a todos en su habitat. En cualquier instante regresaba a su obra, a su taller de intelectual inquieto y de furibundo nocturno tratando de perfilar en cualquier etapa de su concepción de la belleza, de su modelo preferido: el Socialismo.
Un día frío de noviembre del año 2013 cumpliendo con el deber natural de un ser humano se despidió con hidalguía y lucidez, llevaba en sus manos una suma selectiva de apuntes y de libros físicos; la mayoría glosados caprichosamente. En su bolsillo derecho el bolígrafo invariablemente exhausto y a unas cuantas millas de distancia sus intempestivos espejuelos.
Alimentaba en su mente un sinnúmero de reflexiones que bajo ningún concepto podría dejar extraviadas. No se despidió; pues no deben hacerlo quienes con sus acciones y ejemplo han edificado una sociedad ética y digna. No tienen que decir adiós aquellos que aún motivan los valores esenciales de las nuevas generaciones. Inclusive la historia lo observó yéndose y lo detuvo antes de cerrar su capítulo y le expresó: “Por las bellezas de tus ideales te juzgaré acorde a tu tiempo, pero tal vez en un futuro inmediato compartiremos un café para contarte cuán acertado estaba tu corazón”.
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Bonito homenaje!!! La emoción esta a flor de piel, se nota. Felicidades Capitán Pillo!!!