
La belleza y el sentimiento patrio que te estremece cuando los distingues en su cima no se sustenta en la combinación de sus colores ni en la solemnidad del instante sino en la memoria de aquellos incontables sueños y corazones aún vívidos que fueron arrancados de cuajo por otras culturas durante el polvo de la batalla.
La geografía no nos extingue ni nunca nos dividió sino más bien demostró la virtualidad de nuestra raza y la capacidad de dominar la utopía y de fecundar la determinación de vivir con dignidad en cualquier latitud.
Más allá de océanos y selvas trasciende nuestra nacionalidad.
Puede que tus pupilas se agrieten en una mezcla de presente y pasado y que un espejo impecable no te brinde más opciones que leer entre líneas y te persiga la interrogante: ¿valió la pena nacer aquí? Solo rememora tu historia y estallarás en orgullo, pues Cuba no fue un obsequio y menos un préstamo sino la conquista y el gesto mortal de cientos de hombres luchando por un ideal.
El inmenso regalo de la vida es ratificar esa pequeña fracción de tu existencia. No te detengas y
sigue siendo cubano, aléjate del fáctico oportunismo de la escasez y continúa triunfando -a veces en arduos escenarios- pues no hay nada más apasionante que sentir la realidad cuando apenas se deshace en tus dedos en pequeñas formas de verdad.
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