Foto: Raúl San Miguel

No necesito comprar mlc para adquirir algunos productos como cervezas, café, mayonesa, papel sanitario, confituras, harina de trigo…, solo por citar algunos de los que más me apremian. Cada día hay más quioscos, carpas, timbirichis -en el entorno donde vivo- y, por supuesto, los precios reflejan ganancias multiplicadas en cuanto al costo del producto para el (re)vendedor y cierto “alivio” en el caso del comprador porque no tiene que hacer ningún trámite engorroso para adquirir los mlc.

Cuando usted observa que están algo elevados los precios (estamos obligados a cuestionar a Pitágoras porque la suma de los catetos nunca será igual al cuadre del “calculo” que sacó el (re)vendedor) quien dispara la desmesurada protesta frente al mínimo reclamo del cliente con una frase indigna para cualquier comerciante: “Sí, en La Habana pueden estar menos caro; pero tiene que pagar 200 pesos a un carro para ir… (ida y vuelta)”.

Y es entonces cuando usted se queda mudo ante la “sabiduría” de aquel remedo de Salomón capaz de petrificarte con una clave tan filosa como la espada de Damocles porque nos recuerda el llamado fatalismo geográfico: vivimos en Alamar.

Lo cierto es que donde menos uno se imagina hay un timbirichi con venduta de algo… y no olvido el día
que mi hermano -que aún no leía correctamente- llegó a casa y dijo: “Mamá, dame un kilo (centavo de la época, con valor a mediados del pasado siglo) para comprar un durofrío de aguacate” y yo, muerta de risa, respondí: “No, en ese letrero lo que dice es durofrío, hay un punto gramatical y luego dice aguacate”. Por supuesto, él no conocía aquellos signos.

Incluso, a propósito de esta anécdota que comparto, no he olvidado el lugar donde los vendían y cuyo dueño
de nombre Julián era muy humilde y con esa venduta se ganaba su misérrimo sustento. Y hago la referencia
porque pienso: ¿Se enrumba una economía comprando para revender? ¿Qué producen esas personas que quieren “sobrevivir”? ¿También me cuestiono qué impuestos pagan…, para exigir tales precios? Supongo que deban ser tan altos que yo pueda taconear por las calles sin baches con los aportes de estos al presupuesto estatal.

Y hay algo que seguro preocupa a otros, el entorno de la ciudad va cambiando y diría más afeándose, porque todos los lugares donde se expende algo no tienen, a mi juicio, la vista o ubicación ideal según los edificios
que los rodean. Para eso pienso que, en algún momento, tendremos una respuesta.

Por ahora, seguiré -según me den los cálculos- comprando a esos revendedores que según afirman “tienen
un negocito para ir tirando…”, y en ese agujero negro voy tirando (con) mi salario.

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