Foto: IPS

Cuando se ponía su sombrero alón, todos salíamos al patio. La abuela se escuchaba desde la cocina: “deja que el sol baje un poco, no los lleve a esta hora”. Nos mirábamos, al final de la tarde iriamos al barrio de los haitianos a comprar panetelas y nos daríamos un chapuzón, mientras el abuelo pescaba anguilas.

Vivíamos en el campo y gracias a la imaginación de los abuelos maternos las vacaciones de verano serían diferentes. Abuela cosía muñecas de trapo, asaba plátanos maduros en cenizas, cocinaba dulce de ciruelas, castraba los panales de abejas, y reía mucho al vernos chorreando ese nectar.

El abuelo invitaba a recorrer el monte, señalaba los árboles, nombraba los tipos de maderas, hacía cuentos de su natal Baracoa, de los peces y los diferentes ritos de los güijes en los ríos. A años de distancia aún recuerdo el olor del carbón en el horno, cómo se colocaba cada estaca, se cubría con tierra, se vigilaba día y noche para que no se “volara” y quedara hecho polvo. Nos llevaba a observar las ranas Toro que un vecino pescaba para vender a los “americanos” que trabajan por allí.

Esa abuela tenía la paciencia de entrar en su jardín y pedir que le echara tierra a los tiestos, y hoy cuando mis hermanos vienen a casa dicen “Ana tienes las mismas manos que abuela Isabel”. Doy gracias por esos ancianos que vivían en el campo que solo tuvieron la sabiduría de usar lo que tenían más cercano, su imaginación.

Para los abuelos paternos, quienes vivían en un pueblito urbano, todo era más fácil, o por lo menos lo pienso así; compraban los refrescos embotellados en la bodega, las panetelas, el pan para agregarle mantequilla, y en las tardes íbamos a los caballitos.

Los tiempos son otros, en cualquier lugar hay un parque, una casa de cultura, un grupo de aficionados, un promotor cultural. Quienes viven en La Habana pueden participar de uno de los programas más bellos y educativos: Rutas y Andares, un evento del Centro Histórico Habanero concebido para descubrir en familia los museos, plazas y otros espacios, además de los talleres y proyectos como los Niños guías del patrimonio, Ruta joven, entre otros.

Opinen cuanto quieran, pero me quedo con mis vacaciones en el campo, porque ya adulta mayor ¿quién me discute el sabor entre un refresco embotellado y las champolas de guanábana que hacía la abuela materna. De lanzarnos en yagua loma abajo, de pescar, de montar a caballo, de subirme en una mata y escoger el mango que deseo?.

Pienso que las fantasías infantiles que me acompañan son gracias a ellos, y si usted tiene nietos está a tiempo de escoger entre llevarlos a pasear a un parque o alimentarle los sentimientos haciéndole dulces caseros, cuentos, recortando y pegando figuras dibujadas por ellos, y que seguirán en su imaginario el resto de sus vidas.

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