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Es un domingo cualquiera de este incipiente verano. Estoy en la costa, cerca de mi casa en Alamar y, a diferencia de otros años, casi no hay bañistas en la serpenteante estela de largas filas de pequeñas olas que se extiende entre los arrecifes y lengüetas de diminutas playas rodeadas de rocas semi ocultas en los bajos coronados por la flora costera de la playa de los rusos hasta El golfito.

Quedaron atrás los tiempos que se llenaba este tramo del litoral habanero de personas de todas las edades, incluso, provenientes de municipios de todos los puntos cardinales de la ciudad, afluentes de vidas que acudían sedientos de un baño refrescante, incluso en la algarabía que podía escucharse en la piscina gigante. Recuerdo las cafeterías, los vendedores de fiambres, de maní, las sombrillas de guano, la arena de relleno que cada año recibía este pedazo de arrecife para hacernos la vida más llevadera.

El paso del tiempo ha convertido en ruinas los antiguos quioscos Foto: RSM

Evoco a vecinas que compartían con otras mujeres, recién llegadas, sus protectores solares con una “recomendación facultativa” acompañada de una sonrisa, por si habías olvidado el tuyo o no tenías.

Otras, las de siempre y conocedores de tu atracción por el mar, te avisaban que todo estaba tranquilo, que el agua estaba deliciosa.

Miro a la costa y solo quedan las huellas de las otroras construcciones ahora derruidas, fragmentos de lo que fueron cafeterías, el largo muro donde solíamos acostarnos para broncearnos y las escaleras que facilitan la bajada al agua…

Las pocas personas que aún se acercan comentan el pasado y se preguntan cuándo El golfito o la piscina gigante, volverían a tomar su vida propia.

Montones de basura bordean la pequeña playa cerca de El Golfito. Foto: RSM

Miro la playita de los rusos y desfilan imágenes intermitentes, en el recuerdo de los vecinitos que allí aprendieron a nadar, conocieron los peces pequeños, los erizos de mar y los pulpos que muchos pescaban.

Pero es mucho más: a la playita de los rusos venían personas desde Guanabacoa, Bahía, Guiteras, e incluso los más atrevidos montaban la entonces ruta 130 (hoy P3) y viajaban desde La Víbora para darse un chapuzón porque si bien no es una playa en todo el sentido de la palabra tiene aguas limpias de un azul intenso.

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Miro esta parte de la costa que bordea el Caribe y me pregunto: ¿Costaría tanto arreglar estos centros recreativos que les permitiría a una población, alejada de los cines, teatros, centros nocturnos, plazas, grandes parques, en fin, tener una más activa vida cultural, fundamentalmente, en época de verano?

La respuesta es sí. Requiere una inversión fuerte de recursos materiales y dinero –además de los esfuerzos recientes de las autoridades del Partido y el gobierno municipal– para dejar la piscina gigante sin la gruesa capa de tierra que se acumuló por años y liberar de maleza los accesos (vías pavimentadas) que incluso permiten realizar las patrullas en autos de la PNR hasta El golfito.

Tal vez antes de finalizar el verano lleguen buenas nuevas. Imagino camiones llenos de arena vertidos sobre los arrecifes para que no puedan enseñar sus filosos bordes y nosotros, los de Alamar: una población de más de 95 000 residentes, volvamos a tener como referente lugares donde compartir en verano y sentir el orgullo, la obligación y el deber de cuidar este patrimonio natural pleno de belleza.

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