Guardo como un tesoro, la imagen de una niña muy pequeña quien, en un tramo solitario de una carretera, con su saludo pioneril rendía homenaje al Guerrillero heroico durante el recorrido de sus restos hasta la Plaza de la Revolución en Villa Clara. Otra imagen imperecedera es la de otra niñita llorando a la que al preguntar el motivo de sus lágrimas dijo: “cuando llegue a la escuela, la directora me va a regañar” y al indagar, respondió: “mi mamá se queda dormida y por eso llego tarde”.
La tomé de una mano, desvié el camino y me personé ante la directora, quien estuvo de acuerdo en llamar a la madre, verdadera responsable de lo que sucedía. Han pasado los años y en estos momentos enfrento la PC porque -parada en el balcón- escuché una voz que gritaba hacia lo alto del edificio: “apúrate que Julia es una pesá”.
Tal afirmación provenía de una mujer acompañada por tres niños quienes caminaban en marcha olímpica. El reloj marcaba las siete y 50 de la mañana. Evidentemente llegarían tarde a la escuela. Pero Julia no es la única pesá. A todo el que exige lo que debe ser normal le aplican ese calificativo.
En la parada del ómnibus es corriente escuchar: “yo llego cuando llegue, mi jefe mira el reloj, pero seguro él tiene carro…”. Es real la situación del transporte, pero hay trabajadores que cuentan con un ómnibus y dicen: “…se me fue la guagua”, por supuesto si no te levantaste imposible que te esperen.
Yo sonrío a veces, mientras pienso ¿qué pensarán esas personas si ellos, protagonistas de un hecho sorprendente necesitan ayuda y el que debe darla llega tarde? Seguro forman un alboroto y piden cabezas ajenas.
Pero el vocablo pesá tiene mayor alcance. Hay quienes te piden buscar datos para hacerles la tarea a los niños, y al responderle que “ellos tienen su biblioteca, que la hagan solos, que luego se la revisas”, te miran de soslayo. Otros copian de internet para redactar casi una tesis, te piden revisarla y le señalas: “mira los verbos deben conjugarse de esta forma o este párrafo no tiene igual redacción a los anteriores…” para que miren de forma reprobatoria y sin emitir palabras escuchas: “¡Qué pesá!”
A mi modo de ver las pesá, como Julia, sólo persiguen que se cumpla lo establecido no como mera meta. Lejos de dogmas, las pesá ambicionan que seamos mejores, que alcancemos objetivos, personales y colectivos, que la economía se levante. Que aprovechemos las oportunidades de estudiar, para vivir en un país mejor. En una ocasión les pregunté a mis sobrinos si ellos copiaban en las pruebas de otros estudiantes. Respondieron: “Mamá dice que eso es engañarnos nosotros mismos”. Por supuesto no escuché por respuesta: “Qué vaaa, mi mamá es una pesá”.
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