
“Algo falla en este país”. Cuando un niño puede coger un arma tan fácilmente y disparar una bala en la cara de otro niño como le pasó a mi hijo. Algo está mal. Es hora de comprender que un arma semiautomática (…) como la que mató a mi hijo, no se usa para cazar ciervos”.
Estas son las palabras de uno de los padres estadounidense cuyo hijo murió asesinado en la escuela secundaria de Columbine, en el estado de Colorado, Estados Unidos, el 20 de abril del año 1999, tomadas de su testimonio para el Documental de Michael Moore: “Bowling for Columbine”.
En la mañana del pasado 27 de marzo tres niños de nueve años despertaron llenos de sueños, sublimando su escuela, ansiosos por llegar y compartir fantasías con otros amigos del colegio. Ajenos a los pensamientos de una joven de 28 años que irrumpió al centro educativo portando dos fusiles de asalto y una pistola.
De manera siniestra y sin inmutarse comenzó a disparar a los estudiantes y al personal docente. Esas tres almas que minutos antes sonreían y que solían saltar intempestivamente se “despidieron” de su escuela en bolsas de polietileno de color negro. Nuevamente quedaban truncados los sueños, aún bajo el manto de la inocencia, de infantes masacrados en sus escuelas.
Niños cuyos rostros jamás sus padres pudieron volver a encontrar entre la multitud desesperada en un arranque de dolor perpetuo en el cual no había respuesta para la pregunta: ¿Por qué…?
Estos hechos pertenecen al tiroteo perpetrado por un Audrey Hale en una escuela cristiana de aproximadamente 200 educandos, desde el nivel de prescolar hasta secundaria. El día que se estremeció la localidad de Nashville, Tennessee, por la muerte de estos niños y tres empleados de la institución docente, que intentaron poner a salvo a los estudiantes. Bajo el tiroteo, la actuación apocalíptica de la policía que ultimó a balazos a la agresora como una forma de cerrar el caso de manera expedita y no dejar nada que pudiera establecer un juicio a la victimaria y, en consecuencia, la prolongación de la tragedia en las secciones de un tribunal.
Según los registros estas dantescas vivencias duraron 14 minutos, no hubo manera de impedir la entrada de la tiradora. Se conoció que las armas fueron adquiridas legalmente. Otra vez y otra vez, un remake de dolor nos pone a prueba con una noticia que despierta nuevas interrogantes sobre la nación donde se ex-terminan ángeles y los asesinos –jóvenes también- salpican pupitres con sangre inocente destruyendo, en vida, a familias ente-ras y suprimen las razones de la existencia.
Y es que este tipo de asesinatos masivos perpetrados en escuelas, academias y universidades norteamericanas constituyen una epidemia de maldad perpetuada año tras año en la nación que aboga por “libertades” de poseer un arma y usarla para matar como defiende la famosa Sociedad del rifle. Incluso niños, adolescentes y jóvenes quienes no solo ostentan la condición irracional de víctimas o presas vulnerables; sino que también son entrenados como tiradores por sus padres.
La historia reciente demuestra que las escuelas norteamericanas carecen de opciones reales de defensa y de mecanismos de protección institucional ante ataques de esta índole. Por ejemplo, en el centro escolar Columbine, Colorado, en 1999 quedó una estela de 13 muertos y múltiples heridos. La secundaria Red Lake, Minnesota 2005, tuvo nueve bajas, por asesinato en sus predios; mientras en Uvalde, Texas, en 2022, cayeron 21 víctimas, convertidos en blancos de estos asesinatos.
Las cifras controvertidas, en cualquiera de sus variantes, son muestras de de una extensa cadena de este tipo de eventos deleznables que empezaron a proliferar, en Estados Unidos, con mayor auge a finales del siglo XIX.
Si bien estamos en presencia de una acción determinada por condiciones de la barbarie social que impera en la sociedad estadounidense, también puede ser enfocada, criminológicamente, desde múltiples ángulos críticos. Uno de los presupuestos de mayor incidencia en la victimidad lo constituye la prerrogativa a sus ciudadanos en adquirir y portar todo tipo de armas de fuego y disponer de sus accesorios que fácilmente se pueden comprar en el supermercado más cercano como si no hubiere más regulaciones que las de un procedimiento comercial para vender relojes o caramelos.
La Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América -aprobada el 15 de diciembre 1791- refrenda de manera genérica el derecho individual de armarse y; sin embargo, este postulado se sustenta en una frase que pertenece a un momento histórico concreto totalmente desigual e incompatible con el presente, formando parte de los primeros albores de la historia del país en cuestión.
“Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”, podría ser la traducción del texto magno aludido. Siempre ha existido polémica acerca del sentido y alcance para definir legal y jurisprudencialmente los conceptos de –milicia- de bien ordenada— y de quién debe realmente encargarse de la seguridad de un estado.
Lo cierto es que las condiciones coloniales e independentistas en las cuales comenzó a gestarse el derecho civil de portar armas, en territorio estadounidense, hace mucho tiempo que dejaron de existir y el prototipo de “arma” de aquella época hoy solo se exhibe en museos o se anuncia en subastas; aunque en su esencia no dejen de ser peligrosas.
Sea cual fuere el significado de tal añadidura constitucional lo que sí resulta claro es que permite poner la muerte a disposi-ción de cualquiera; sin tener en cuenta los llamados a detener el comercio de armas en un país donde los cálculos –sin exageración- llevarían a la espeluznante cifra de más de cinco tipos de distintas armas por cada ciudadano.
La Corte Suprema de éste país dictó en junio del año 2022 un fallo que anuló una legislación restrictiva de armas de la ciudad de New York con efectos potenciales y modificantes para otros ordenamientos jurídicos de tratamiento a similar problemática que se atraviesen a limitar el ejercicio del derecho a ostentar este tipo de artefactos de exterminio humano.
La sentencia reconoce el derecho a portar armas no solo en el contexto del hogar como ya lo había dejado muy claro con un precedente judicial del año 2008 sino también en lugares públicos. Los voceros de la Asociación Nacional del Rifle esgrimen que la tenencia de un arma constituye la garantía de supervivencia de la familia norteamericana y que el ejercicio de este privilegio no debe ser circunscripto solo a la dimensión doméstica sino en cualquier espacio que el individuo interactúe pudiendo incluso estar lista para disparar.
En marzo del corriente, el Senado del Estado de la Florida aprobó un proyecto de ley que condicionará a que una persona puede llevar consigo en cualquier lugar público ya sea de estancia, transportación o de recreo un arma de fuego mientras la mantenga oculta sin necesidad de permiso especial como parte del subrogado de la seguridad individual. El Gobernador Republicano Ron Desantis recién acaba de firmarla y entrará el vigor el primero de julio.
Grupos políticos y diversas asociaciones heterogéneas a lo largo de la geografía norteña luchan por instaurar regulaciones normativas respecto a la adquisición y uso de las armas de fuego; sin embargo, la inseguridad del alumnado es un pasto consagrado y listo para ser aplastado y engullido por cuantos psicópatas, re-sentidos, terroristas y enfermos mentales deseen acabar “a la carta” con las vidas de niños en recintos académicos.
Podrían imputar como condiciones propiciadoras precisamente el factor individual del criminal y por supuesto que el protagonis-ta va a conquistar el realce sensacionalista de la culpabilidad pero prácticamente en todos los últimos tiroteos masivos a partir de la segunda mitad del Siglo XX sean en escuelas, festivales, conciertos, congregaciones y ceremonias siempre está pre-sente la socialización desenfrenada del armamentismo, el culto a ese especial de objeto de metal con sabor bélico; así como la libertad plena para escoger el modelo de rifle o pistola y no una, sino varias para probarlas en el cuerpo humano.
Hoy solo describimos el fenómeno de la inseguridad total de los estudiantes en las escuelas norteamericanas. Denunciamos unas de sus causas y como dichas vidas se convierten efímeramente en es-tadísticas ligadas a la violencia. Mañana lamentablemente habrá otro capítulo de horror de esta serie que no tiene finales alternativos, pues su libreto está redactado por los literarios del infierno y motivado por una tradición donde la muerte es la primera solución del día.