
Los observo, los cuento, tengo el privilegio de verlos más cerca, disfruto sus colores brillantes, quiero saber si les gustan las flores del sauce que -desde el jardín de los bajos- llega hasta mi balcón. No tienen idea que, en los días de lluvia, los extraño y cuando la sequía es extrema me inquieta saber que no tienen alimentos. Es una amistad. Por lo menos me lo creo, desde hace muchos años, aunque sé y ellos también, supongo, no son los mismos.
Todo comenzó cuando descubrí mi toalla de color naranja iba deshilachándose misteriosamente hasta que parecía un mantón de flecos. Me fastidiaba su repentino desgaste porque estaba consciente de la calidad de sus hilos de algodón. Un día que tomaba una taza de café y contemplaba el mar, al desviar la mirada, descubrí en el tendido eléctrico algo de color naranja, ¡Un nido de gorriones…!. Desde ese día decidí compartir mi pan dividido en migajas, así las visitas no serían solo en mi ausencia y por supuesto no dejé toallas en la tendedera por si le gustaban otros colores.
Hace más de 30 años alimento gorriones malcriados, pues si llegan al patio y no hay migas en su lugar, comienzan a “gritar” hasta obligarme a salir de la cama, ni siquiera tienen en cuenta los domingos. A veces me pregunto: ¿Luego de tanto tiempo era para que me saludaran con algún revoleteo? pero sólo escucho sus vuelos cuando, cerradas las ventanas de cristal, intentan salir al exterior por otro lugar de la (su) casa.
Tal vez alguien se pregunte si alimentar gorriones es la variable para quien no tiene otro tipo de mascota. Pues bien, tuve una jicotea que increíblemente si la llamaba por el nombre que le puse salía a mi encuentro y cuando mi familia se pasaba días no salía jamás. Son esos misterios que la naturaleza no ha develado.
Quisiera tener un perro, ¿quién no se conmueve ante la mirada de un perro? Pero le temo tanto a las posibles enfermedades, como uno más de la familia, hasta el fin de sus vidas. Decidí no tenerlos; aunque comparto algo de mi comida con una perrita que vive en las áreas de una tienda cercana a mi casa cuyos empleados alimentan.
No busco la compañía de otras mascotas. De hecho considero que es un error sobre quién cuida de quién. Estoy en contra de aquellos que les abandonan porque los consideran desechables o no responden a sus intereses de exhibir una mascota por moda e incluso para establecer un patrón social. El abandono de un ser viviente dice mucho de los sentimientos.
Mis gritones llevan en el ADN de la bandada, el camino a nuestra casa. Los he visto más jóvenes e incluso algunos, tal vez conocidos, pero en el detalle de sus miradas llevan dentro de mi hogar una perpetua primavera.
Otras informaciones:
Yo la comprendo perfectamente,ya pasa por esa amarga experiencia de perder un familiar querido, que digo, casi un hijo entrañable, mi Lebrel Afgano, Campeon Internacional de Belleza, titulo ganado en las Competencias de la FCC, pero mas que eso alguien tan cercano, y fiel que, aun hoy, quizas hace mas de 15 años, no se como beber el ulttimo sorbo de leche, que compartia con el o los huesos planos del pollo de la cuota.......no he tenido mas mascota, tenerla seria, digo yo, traicionar su memoriia.
Yo también alimento gorriones junto a mi nieta, hay uno que todas las mañanas viene al balcón de la entrada y allí espera, la niña los acostumbró a ponerles "arrocito" en la ventana de la sala. Y heredé una vieja perrita sata como le dicen, noble, temerosa y agradecida, en fin siempre me trae paz atenderlos.