Foto: Joyme Cuan

Comúnmente escuchamos a quienes viven en Alamar decir “voy a La Habana, ayer fui a La Habana…”, como si el viaje fuera a otra provincia y lo gracioso es que todos saben cuál es la referencia de ese territorio extendido desde el municipio de Centro Habana devenido en el anillo de las calles en derredor de la antigua muralla donde se ubica La Habana Vieja.

Somos un apéndice de esa parte antigua de la ciudad. Allí hay museos, tiendas, restaurantes, librerías surtidas, parques con frondosos árboles, espacios para adultos y niños, áreas de diversión destinada a los infantes, sólo por citar algunos de los lugares donde satisfacen sus necesidades espirituales y materiales que buscan mucho los habitantes de Alamar, en “La Habana”.

He descubierto que, en este agosto -con condiciones atípicas-, los niños de mi barrio encontraron una pequeña salida. No hay juegos de futbol debido a pelotas ponchadas, nadie les “inventa” un juego de voleibol, carreras en saco, juegos de suiza, de dominó; sin embargo, se les puedever  jugando a los escondidos, encontrar entre los arbustos.

Así los descubro cuando, acorto camino a casa.

Y es ahí donde descubrí amigos pequeños. ¿Quién no se detiene ante la mirada pícara de un niño?, ¿Quién no
sonríe cuando con un dedo en los labios te piden silencio? Confieso que detengo la marcha porque siento deseos de abrazarlos, tirarles una foto y ellos piensan que puedo decirles a otros dónde están encubiertos.

Protegida de los pequeños caballeros que advierten: ¡Cuidado, hay un caracol africano!”; mientras otro alegre dijo bajito: “Voy a tener una hermana, le pondré el nombre que me gusta”, y un pequeñín preguntó que si sabía dónde podría encontrar un cuento que se llama Los tres cerditos.

Pero lo que más me impactó fue cuando una vecina, cuyo nombre no sé, dijo “estaba leyendo Tribuna de La
Habana y mi niño soltó de golpe cuando vio su foto: “¡Mamá, esa es mi amiga!”. Confieso, la felicidad me embargó.

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