Cualquier hora es buena para disfrutar de la brisa marina. Foto: Alejandro Basulto


Miro La Habana, la contemplo sin que mis ojos puedan cansarse de ella nunca, ya sea esa Habana Vieja tan colonial llena de huellas de otros tiempos y con tan rica historia, y pienso en los muchachos de la Acera del Louvre, en el coraje del capitán español que rompió allí su espada de puro honor por el asesinato de los estudiantes de Medicina. En cada rincón hay una historia que exhibe valentía desde que nos sentimos cubanos.

Recorro Playa con su típico reloj de torre, monumento representativo de ese municipio. Con sus bellas calles, sus avenidas. Pero es que hasta en los lugares más pobres, en las callejuelas más tórridas, en los recovecos más escondidos, El Fanguito, San Miguel, La Lisa, Cotorro, hay obras y calor humano, ese, el que tanto conocemos, hospitalario, único, el que abraza al transeúnte, aunque no lo conozca, y ayuda al prójimo con lo poco que tiene.

Amo La Habana, tengo raíces en ella que cubren todos sus espacios, en ella nací y en ella daré mi último adiós.

Me dirijo a la maravilla más hermosa de todas, el Malecón, y pienso que es cierto, ese es un sofá de añoranza, pues quién no ha llorado una pena sentado en su muro frente a ese mar, más azul que ningún otro, quién no ha compartido allí con amigos, colegas, con una guitarra y una botella de ron que da la vuelta de mano en mano; quién no se ha enamorado, hecho promesas de amor, y besado como si se le fuera la vida en ese último suspiro ante tanto azul.

Plena de historia, de hazañas, de héroes, conocidos y anónimos, La Habana es un sitio para no olvidar y amar conociendo a sus pobladores, su entrega, dedicación, pero también jovialidad, carácter jaranero, capaces de hacer bromas con la desgracia propia y de seguir adelante con la frente en alto y el orgullo a flor de piel; ellos son la mayor riqueza que posee.

Esos que tienden la mano al desconocido en apuros, y son capaces de dar la vida por una justa causa.
En esta capital nuestra y de toda Cuba, debemos recordar a Fayad Jamís “Qué sería de mí sin tus portales / Tus columnas, tus besos, tus ventanas. / Cuando erré por el mundo ibas conmigo, / Eras una canción en mi garganta (…)”.

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