Cuando paso por una panadería y observo en la vidriera un pan de esos que invitan a untarle aceite con ajo o simplemente comerlo con una ensalada de tomates, siento deseos de traspasar la entrada y conocer las manos que amasaron la harina, echaron la grasa, (iguales ingredientes para todas las panaderías) y mirar a los ojos a quien lo hizo y averiguar si, además, agregó una pizca de interés.

Panaderías de Boyeros. Foto: Cortesía de la DISC de La Habana

Pertenezco a ese grupo que compra el pan “normado” en las llamadas paneras, que lo llevan en cajas de dudosa higiene, que son aplastados por colocar un envase encima del otro, incluso ácidos y quien los vende se disculpa por el producto que debe entregarnos. Pero hay más, usted va a buscarlo y a veces no hay y debe volver en un horario que tal vez se le dificulta.

Han quedado atrás y no muy lejanos, los tiempos de venta de panes liberados como la acemita, de corteza dura, para perros calientes, de molde, bon... Ahora se venden de diversos tamaños, en su mayoría suaves que -en mi caso- comprobé que el peso no era el reflejado en la pizarra y recibí por respuesta: “Se cortan a mano” o como decimos “a ojo de buen cubero”, por eso lo errado en el peso y tamaño de tantos panes.

Soy una golosa y, aunque me gusta un buen entre pan, puedo comerlo con algo sencillo; además la suerte de no tener ningún mal que me prohíba consumir la cantidad deseada pues, no me hace aumentar de peso. Tengo la esperanza de la mejoría de su calidad en las paneras y que me sorprenda la venta liberada de las muchas variedades conocidas para darme el gusto de llenar un tazón de frijoles negros y degustarlo con pedacitos de pan tostado. No quiero seguir aplicando lo tomas o lo dejas...

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