Foto: Marcia Ríos

El sonido de las fichas sobre el tablero era más alto en el horario de la madrugada que el ruido del motor de aquel moderno carro.

Solo cuando nos detuvimos al lado de los cuatro hombres cesó de un golpe el movimiento de las manos sobre la mesa. Todos me miraron y se miraron entre ellos.

La vecina recién mudada en esa cuadra llegaba en auto a altas horas.

Cuando descubrí esas miradas lascivas quise divertirme y le decía al chofer cualquier cosa para demorar unos minutos en bajar el carro. Lo raro era que solo una semana de cada mes se repetían esas llegadas tardías.

Pero todo pasó a la monotonía cuando descubrieron que la joven vecina era redactora de Radio Reloj, que tenía turnos de madrugada. Y nada, que ser periodista a veces tiene sus inconvenientes.

Me atrevería a afirmar que es una profesión con pocos seguidores en las familias. No tienen horarios, faltan a cumpleaños, reportan ciclones, temblores, tornados... Son trabajadoras las 24 horas del día, todos los años. Y lo peor o mejor, nos acostumbramos hasta que nos digan: “¡Total, tú nunca estás cuando más
falta haces!”.

Muchos esperan que los periodistas lo sepan todo, que sean una enciclopedia. Hay quienes te preguntan por leyes que son publicadas al alcance de todos, los que exigen le resuelvas algo sencillamente porque eres periodista y en su mente eres poderosa.

Hay quien te espera –y respeto eso– para actualizarse de algún tema candente en estos días. Hay quien dice que confundiste un pino con una casuarina (me sucedió), hay quienes te felicitan por lo que reflejaste en una información. Los que sugieren temas. También los hay que me han regalado antialérgicos sin conocerme. Pero ¿quieren saber más? Escribiré hasta el último día de mi existencia, faltaré a cumpleaños. Volveré de periodista, ya estoy acostumbrada a que digan: “¡Total, tú nunca estás cuando más falta haces!”

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