Una vecina me comenta alarmada que sus nietos no se van a gobernar porque son menores de edad… ¿Y quién ha visto eso? Incrédula de sus palabras, le respondo: “¿Quién ha visto semejante disparate?” Su voz como la de un río revuelto llevaba la “triunfal” sentencia: “En Facebook, que tú no tienes”. Sonreí y le invité a estudiar el Código de la Familia para que luego opinara; pero antes le referí una anécdota.

Cuando vine a residir en Alamar, frente a nuestro edificio, una brigada de reclusos realizaba la construcción de una obra social. Un buen día mi sobrino que pasaba los fines de semana en mi apartamento, preguntó: “¿Qué es un preso?” Lo miré desde la altura de sus, entonces, casi seis años y me pregunté: “¿Qué le digo?”

No obstante, mi respuesta resultó más bien una salida. Cuando te portas mal, tu mamá te prohíbe ver los muñequitos. Un preso es una persona que se equivocó con la sociedad, es decir con muchas personas, y debe cumplir ese castigo.

Al siguiente día veníamos de regreso y pegado a la cerca uno de los presos me pidió agua fría. Subí las escaleras pensando en no bajar tres pisos para calmar la sed de un recluso. Mi sobrino salió corriendo y tomó un vaso y un pomo de agua del refrigerador y dispuesto a salir me interpuse entre él y la salida.

Su respuesta aún late en la memoria: “Tú me dijiste que un preso es una persona que se equivocó con la sociedad. Yo puedo llevarle el agua”. Su actitud no la califiqué como un atrevimiento. Pienso que tenía todo el derecho a sostener su propia opinión. Te digo más: Me dio una lección ejemplar.

La vecina, inmutada, soltó: “Tu sobrino hizo lo que le dio la gana. Acá es diferente, porque mando yo”.

El derecho de los niños a ser escuchados es uno de los tópicos que debemos llevar con mucha claridad a las reuniones donde se discuta el Código de las Familias, porque en nuestra sociedad existen muchas personas adultas, mayores, a los cuales les resulta difícil romper prejuicios, tradiciones y son, por demás, quienes permanecen con personas menores hasta el regreso de los padres.

En casa pretendíamos que mi sobrino fuera a la Universidad, pero él decidió hacerlo a su manera, primero el tecnológico, luego pasó el servicio militar en un laboratorio clínico, después se acogió a la Orden 18 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias –FAR–, actualmente ingeniero industrial. Lo único que hicimos fue escucharlo y apoyarlo, cuando era apenas un retoño hoy convertido en frondoso árbol.

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Sin mediar la distancia