Foto: Tomada de Redes Sociales

No entendía. Ella desde los altos de su casa hablaba: que si era una desdichada, que una tartamudeaba,
que perdía el aire de los pulmones… y yo, con la barbilla apoyada en el marco de la ventana, mirando afuera, donde mamá barría el patio y ni chistaba. Y la mujer de los altos seguía ¿en una conversación o
un monólogo? Cuando mamá me miró desaparecí.

Años después logré descubrir aquella lejana conversación de la vecina. Llegamos con el bullicio que tiene la juventud, el corazón latiendo aceleradamente y la expectativa de conocer un mundo en el cual pretendíamos hacer nuestras vidas. Los más viejos miraron y dibujaron una sonrisa, tal vez adivinando las
pretensiones que seguro fueron las de ellos años atrás. 

De todas formas la acogida agradable: apretón de manos, besos y un recorrido por el edificio. No había otra opción, el periódico saldría a la calle con informaciones de los estudiantes del segundo año de
la escuela de Periodismo. Distribuyeron los temas. A cada quien le tocó una página diferente. A mí la de economía a donde no me atreví a entrar sola. Esperé por los demás y quedé parada en el pasillo
frente a la puerta y ahí estaba, sentado ante un buró, y de pronto descubrí que sus ojos verdes me recorrían de pies a cabeza.

Sentí una sensación extraña y el calor invadió mi cara de 22 años. Ante aquella mirada que me escrutaba y tal vez no se daba cuenta que yo también lo hacía, algo instintivo avisaba que aquel primer día en el periódico marcaría mi vida para siempre.

Sin ser presentados y como si el descubrimientos de dos o tres minutos le hubiera dado el derecho a pensar que nos conocíamos de toda la vida, salió, saludó, me tendió la mano.

No hubo fuerza que rompiera aquel hechizo. Descubrí que mis pulmones no podían respirar, recordé a la vecina de mi infancia. Estaba llena de amor.

Ese amor por el otro que forma una red oculta entre nosotros que cada día alimentamos más sin siquiera hacerlo relucir, va en silencio como esos grandes amores que nos han estremecido, que no tiene
edad, pues a veces la vida quita uno y cuando menos nos parece sucede como dice la poetisa Carilda Oliver: “A veces por la calle, entretenida / va una sin permiso de la vida, / con un hambre de todo casi fiera. / A
veces va una así, desamparada, / como pudiendo enamorar la nada, / y el milagro aparece en una acera.

Vea también:

Rostros detrás del emoji