Muchos lo conocen como el agro frente a la shopping de la curva; otros por el puestecito de la curva de la
zona 24, en Alamar. Lo cierto es que hace diez años llegaron y se posesionaron a la sombra de un pino,
justamente frente a una tienda, cuando aún no sé si tenían un “estudio de mercado”. Ocuparon un lugar pequeño, aprovecharon cada pedacito, buscaron un gato para evitar visitas de roedores y desde el primer día se distinguieron por la pulcritud, selección de los productos, a un precio carísimo con calidad de primera. Confieso que cuando salgo a comprar productos del agro primero los visito para ver qué tienen y comparar con la oferta de otros lugares. Muchas veces retorno por la calidad y casi siempre –o, mejor dicho, siempre– puedo encontrar una fruta de la estación.

Hace poco una vecina me dijo: “Encontré unos pimientos preciosos”; pero ni siquiera llegué. Estaba segura que no podría comprarlos. Sin embargo, ¡sorpresa! Aquel día amanecieron con precios topados, aunque el dependiente tenía en su rostro la sonrisa de todos los días.

Solo atiné a preguntar cómo le afectaba a sus bolsillos este bajón de precios. Sin perder la compostura
respondió: “Perdimos algo…, pero aquí estamos”. Luego agregué: ¿cómo logras seguir con calidad de
primera y precios asequibles? La respuesta fue aún más notable: “Algunos se van y luego regresan para
vender a precios más bajos”. Entonces fue cuando cayó sobre mi cabeza el punto de la interrogante y cuestiono: ¿Por qué si estos jóvenes se ajustaron a los nuevos tiempos, otros continúan con sus tablillas con cifras que navegan por las nubes?

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