Cuando laboramos por años con otras personas, se tornan como familia en ese diario bregar de trabajo, intercambios, reuniones, actividades…, y llegan a ser una parte insustituible de nuestra vida.

La pandemia nos ha obligado a muchos a recurrir al teletrabajo, y hemos dejado de compartir hombro con hombro, conversaciones, en ocasiones interesantes; quizás, por momentos banales, pero siempre familiares, chistes, anécdotas, historias…, mirándonos a los ojos y de frente, con aquellos tan entrañables seres que han sido parte insoslayable de nuestra existencia por lustros.

Nada existe que pueda sustituir ese fraternal modo de comunicarse; jamás será lo mismo hacerlo de manera virtual o por teléfono.

La experiencia de un reencuentro por algo impostergable, me hizo sentir esa ansiedad del corazón de volver a ver a esos que hacía bastante no encontraba personalmente.

Ni deseo recordar la impaciencia y los latidos del espíritu por abrazarlos como antes de esta letal enfermedad. Pero, ¡no!; era totalmente imposible por el bien de todos y cada uno. El mal, acecha, sin mostrarse, sin síntoma alguno la mayor parte de las veces, y tuvimos que detener los impulsos, y estrecharnos las manos o abrazarnos hondo con las miradas y las sonrisas, únicamente mostradas tras el protector nasobuco.

Ya llegará el momento idóneo para ese imperioso llamado que hace el ser hacia quienes aprecia de veras. Para poder volvernos a hallar, para estar vivos y que regresen las risas y las ganas,este es el momento de preservarnos, aunque cueste mucho, aunque la esencia implore por el contacto más profundo, de resistir y lograr la magia de un mañana seguro.

Ver además: