El objetivo que persigue el bien pensado protocolo sanitario establecido por Cuba para optimizar la seguridad a la llegada y durante la estancia de los viajeros internacionales requiere el apoyo de todos, pues sus beneficios son indiscutibles, y merecen mucho más agradecimiento y respeto que reproches.

La bienvenida a quienes vuelven al país tiene más apego al concepto de un buen recibimiento en la medida en que el recién llegado perciba el rigor de la atención personalizada en cuanto a su salud y a la de las personas que lo esperan desde hace ya demasiados meses, tal vez más de un año.

Tener la tranquilidad de que el SARS-CoV-2 no le acecha a él ni a sus allegados o que —en el peor de los casos— se pueda detectar la indeseable presencia del virus, pero con todo listo para combatirlo y neutralizarlo con rapidez y eficacia, más que una ventaja, es un privilegio no muy común en otras naciones, brindado por nuestro sistema de Salud a los viajeros, a su familia y a una infinita cadena de posibles vulnerables que, solo podrán estar a salvo, si el protocolo señalado se cumple estrictamente desde el primer eslabón, con toda la comunidad en alerta solidaria.

Actuar contra lo dispuesto puede tener el más alto de los costos y pudiera ser un error que se lleve sobre la conciencia durante el resto de la vida: el tiempo necesario en aislamiento físico en la casa, a la espera del resultado de un PCR definitivo, es un claro sacrificio, pero la recompensa por tamaño esfuerzo garantiza el placer de abrazar, sin temor, a la madre, al abuelo, al niño… con la certeza de ser portadores y receptores de amor, alegría y satisfacción, no de un virus que suele valerse de la irresponsabilidad para hospedarse sin piedad en sus víctimas.

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