
La frase pretende convertirse en refrán: “madre es una sola, padre es cualquiera”. Si triste y prejuicioso es su enunciado, lamentable es que los aludidos son los únicos que no suelen enterarse. Solo a quien siente la paternidad como el privilegio que es le afectan esas filosas palabras.
Y, es que padre se es o no se es, así de sencillo. Los adjetivos sobran cuando la dimensión del sustantivo abarca un significado claro y preciso. Por eso nunca me complace escuchar, por ejemplo, expresiones como “amor verdadero”, “catarro malo”… (No me imagino que el más noble sentimiento merezca su nombre cuando es falso ni que alguien haya padecido alguna vez una gripe buena).
Si se dice padre, se revela una condición sustentada en la virtud, en lo mejor del talante humano. Ellos, los siempre auténticos, se distinguen porque su primera persona del singular no es “yo”, sino “él” o “ella”.
Ellos no son simples “perpetuadores” de la especie. Ellos la enaltecen, velan por transmitir valores a su prole. Su entrega ni siquiera comienza con el acto biológico de procrear. Sobran los ejemplos de padres desde el corazón, aun cuando no hayan concebido al hijo amado.
Reconocerlos no será difícil. Si descubres su presencia aunque no esté. Si le basta una mirada para anunciarte cuánto orgullo siente por ti. Si estuvo, está y sabes que estará cuando más lo necesites. Si adviertes que él habita en tus actos, en tus decisiones, en tu modo de ver la vida… Si lo sabes tuyo y te llena de gozo e incertidumbre cuando marcha a compartir su gigante corazón solidario. Si tus lágrimas empañan sus ojos y tu sonrisa le ilumina el alma. Si tus problemas son más suyos que tuyos. Si sigue a tu lado aun cuando haya partido para siempre… no lo dudes, alguien te ama —o te amó— sin límites, y ese alguien, definitivamente, no es “cualquiera”.