
Cuando mi padre se jubiló en un pueblito del oriente del país, (él, toda una personalidad en el mundo azucarero) recibía visitas de miembros del sindicato al que siempre perteneció. En una esquina habanera Luis Martel Rosa, por entonces secretario nacional de la organización en el sector, preguntó por él, lo cual quiere decir que el interés por quienes trabajaron en la agroindustria y aportaron sabiduría, experiencia y sobre todo –prácticamente la vida- venía desde “arriba”.
Por ejemplo, años después de la “conclusión de su etapa laboral, por derecho, viviendo en la capital, la directora de una casa de abuelos -quien lo veía pasar en busca del periódico-, lo invitó para que conociera esa instalación por, “si deseaba pasar las horas del día allí y, así, sus hijos trabajarían con menos preocupaciones”.
Yo estoy jubilada de mi antigua labor como periodista de la Televisión y, salvo mis contratos laborales activos en Cubavisión y Tribuna de La Habana, parece que para las organizaciones que deben representarme y me refiero a lo mencionado arriba, no existo.
Mi condición de hipertensa arterial la descubrió en una visita de terreno el entonces médico de la familia. Actualmente soy un número en la estadística del mural del consultorio médico de la familia.
De la reactivación de la vacuna contra la COVID-19 supe por la Televisión. La enfermera de mi consultorio, aseguró que el CDR avisaba y respondí: “Es un apoyo. Usted tiene los teléfonos y la enfermera anterior llamaba a todos los vecinos independientemente de la ayuda cederista. Por el bloque de la FMC se visitaba a la familia en cada apartamento, con el objetivo de conocer de algún anciano solo y la finalidad de buscarle -si no disponían de un trabajador social-, sus alimentos en los comedores habilitados para esos casos del Sistema de Atención a la Familia (SAF).
Como reportera, en varias ocasiones recorrí con la directora de Psiquiatría de la entonces provincia de La Habana (territorio ocupado por las actuales: Artemisa y Mayabeque), los asilos de ancianos, ubicados en cada uno de sus 19 municipios. Aquellas instalaciones eran una taza de oro. Aquella directora que hacia las visita aleatorias, registraba todo, historias de pacientes…, pasaba las manos por estantes, preguntaba…, como enseñaba Fidel.
Excepto durante la pandemia de COVID-19, que en la capital se actualizaron y funcionaba como un reloj el sistema de salud, activado por los “números rojos”, no sé si estoy en alguna lista de personas vulnerables o engavetada para ser futura interna de asilo.
Como destello de un faro, en medio de una noche oscura, recibo la preocupación del presidente del CDR, quien llama; los vecinos preguntan por mi estado de salud y la dirección de este periódico donde trabajo online (a distancia) se preocupa por mí. Y pregunto ¿Por qué no revitalizamos las herencias de atención social, en los barrios, que en muchos casos (no absolutizo), lamentablemente, hemos perdido?