Por su andar creí se había desprendido de alguna mano protectora. Detuvo la carrera ante el mostrador de la panera y, como no alcanzaba la altura adecuada, extendió su brazo con la libreta de abastecimiento. Entonces, la dependienta inclinó el torso para despacharle.

Busqué con la mirada a la persona que debió traerla y me percaté de la cercanía de un hombre joven sobre
quien supuse era el progenitor, pues dijo a modo de disculpa: “Estoy entrenándola desde ahora… Quiero que
aprenda a ser independiente, resuelta porque siempre no la estaré acompañando”.

A todo eso agregué: “Tiene usted razón, los padres deben ser rápidos y no dejar para mañana lo que hay que hacer hoy en cuanto a la educación y formación de valores en los hijos, a procurar respuestas expeditas cuando las circunstancias lo exijan, para evitar el caos que provocan los malos entendidos”.

Regresé en medio de una reflexión: la vida tiene su velocidad, especialmente en tiempos donde las distancias se acortan en las comunicaciones a través del internet y la propia dinámica de una jornada nos lleva del día a la noche, con una rapidez increíble que sellamos con una frase: “No alcanza el tiempo”.

Vinieron a mi mente esos momentos cruciales que se imponen: auxiliar a alguien en un accidente, decidir el futuro de uno mismo o el de otro. Recuerdo a mi sobrino —técnico medio en Química y pasando el Servicio Militar Activo— llegó a la casa hablando de las posibilidades que le daba la Orden 18 de las far, a lo cual respondimos: “No pierdas el tiempo, hazte ingeniero o lo que desees”.

Hoy es graduado de ingeniero industrial. Serían miles los ejemplos a citar donde hemos perdido por lentos,
por no dar la respuesta certera en el momento exigido. Aprovechemos lo que la vida ofrece o exige en cada minuto de la existencia.

Ver además:

La sombra de la falsedad