
Tuvo la televisión cubana a un periodista grueso, que cuando aparecía en un programa informativo nadie comentaba: ¡Qué gordo es!, al contrario, resultaba un comunicador nato y carismático. Quienes miraban y le escuchaban creían lo que decía. Mostraba un arsenal de conocimientos y dominio de la lengua que le permitían adecuarse a los diferentes públicos.
Actualmente se está generalizando la aparición de locutores(as) y presentadores(as) que distan mucho de lo que hasta hace pocos años exigían los directivos de programas informativos, de entretenimiento, musicales, de ciencia o de participación sólo por citar algunos que muestran dislalias nasales o un marcado acento sudamericano que nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia, amén de nuestras relaciones históricas con el Sur.
El vestuario, o sea la forma de presentación tiene un peso determinante en la comunicación. No es un capricho. Si usted persigue llamar la atención, no puede mostrar ropa muy ajustada, hombros descubiertos, sandalias y como agregados toda una “tienda” de bisutería llamativa. No quiere decir que no esté elegante y mucho menos comportarse como si fuera un modelo de pasarela.
Se supone que -como antaño- alguien vele por esos detalles imprescindibles para mantener la comunicación en tv. Vienen a mi mente locutoras entre las cuales destacan Consuelo Vidal, Rosalía Arnaez, Laritza Ulloa, Teresita Segarra, Dinorah del Real, Gretchen Galindo, no solo en informativos, sin olvidar a los locutores Manolo Ortega, Massola…, sobrios, con una excelente dicción y vocabularios. Por supuesto ¿quién ha olvidado a Eva Rodríguez?, toda elegancia y buen decir en cada presentación frente a cámaras y fuera de los estudios.
Hay que tener cuidado con la pobreza de lenguaje en quienes representan la cara visible de un programa televisivo. El tartamudeo condicionado por las muletillas, la falta de preparación que puede tener origen en un guion pobremente escrito… pero el locutor o presentador, insisto, son la cara de un programa.
Es posible y admito de antemano que puedo estar equivocada, pero conozco de la exigencia en los cursos de locución y las advertencias que determinaban hasta dónde se podía llegar. Leer bien no quiere decir que la voz comunique bien. Aún estamos a tiempo de rescatar tradiciones establecidas por una escuela cubana que contribuyó a la formación de presentadores de televisión no solo en Cuba, sino en Latinoamérica.
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